viernes, 15 de abril de 2022
La estética del recogimiento en siete obras de arte
Jueves Santo
El texto del Evangelio de hoy es el
siguiente (Jn 13, 1-15):
“La víspera del día solemne de Pascua, sabiendo Jesús que era llegada la hora de su tránsito de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos, que vivían en el mundo, los amó hasta el fin. Y así, acabada la cena, cuando ya el diablo había sugerido al corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el designio de entregarle, Jesús, sabiendo que el Padre le había puesto todas las cosas en sus manos, y que como había venido de Dios a Dios volvía, levántase de la mesa y quítase sus vestidos, y habiendo tomado una toalla, se la ciñe. Echa después agua en una jofaina, y pónese a lavar los pies de los discípulos y a limpiarlos con la toalla que se había ceñido. Viene a Simón Pedro, y Pedro le dice: ¡Señor! ¿Tú lavarme a mí los pies? Respondióle Jesús, y le dijo: Lo que Yo hago tú no lo entiendes ahora, lo entenderás después. Dícele Pedro: ¡Jamás me lavarás Tú a mí los pies! Respondióle Jesús: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Dícele Simón Pedro: ¡Señor! No solamente los pies, sino las manos también y la cabeza. Jesús le dice: El que acaba de lavarse, no necesita lavarse más que los pies, estando como está limpio todo lo demás. Y en cuanto a vosotros, limpios estáis, mas no todos. Como sabía quién era el que la había de hacer traición, por eso dijo: No todos estáis limpios. Habiéndoles ya lavado los pies y tomando otra vez su vestido, puesto de nuevo a la mesa, les dijo: ¿Sabéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si Yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, debéis vosotros también lavaros los pies uno a otro. Ejemplo os he dado, para que así como Yo he hecho con vosotros, así lo hagáis también vosotros”.
San Juan, cuyo Evangelio agrega
cosas que los otros tres evangelistas, en su concisión, han omitido, trae esta
espléndida escena, en que la impetuosidad de Pedro (“no sólo los pies, sino las
manos también y la cabeza”) seguramente habrá causado hilaridad en los
presentes, y en que, precisamente en el día de la institución de la Sagrada
Eucaristía, pone en primer plano el tema de la purificación antes de acercarse
a las cosas santas. En el rito mozárabe el Sacerdote, antes de proceder a distribuir la comunión a los fieles, proclama “¡Las cosas santas para los
santos!”, y lo mismo sucede en otros antiguos ritos cristianos.
Por su parte, San Pablo, en un texto que, luego de la llamada “reforma” litúrgica de la década de 1960, ya no se lee más en su integridad en la liturgia católica, y que hoy se lee en la Epístola de la Misa (1 Co 11, 20-32), nos dice: “Examínese cada uno a sí mismo”. Jesús dice a sus discípulos: “Vosotros estáis limpios” y añade después: “mas no todos”. Del mismo modo nos dice el Apóstol que hay quienes se hacen reos del cuerpo y de la sangre del Señor. Temamos la muerte de éstos y examinémonos a nosotros mismos; examinemos nuestra conciencia antes de acercarnos a la Sagrada Mesa. El pecado mortal y el afecto al pecado, trocarían en veneno el alimento que da la vida al alma. Si debemos tener gran reverencia a la Mesa del Señor, para presentarnos a ella sin las manchas por las cuales pierde el alma toda semejanza con Dios y la entrega a los dardos terribles del diablo, debemos también, por respeto a la santidad divina que va a venir a nosotros, purificar hasta las más leves manchas, con las que pudiéramos ofenderla.
Hoy suele decirse, con engañosa condescendencia, incoherente con la escena que acabamos de contemplar, que “la Eucaristía no es para los santos sino para los pecadores”, y que es el alimento que éstos necesitan para salir del pecado. Sin duda la Eucaristía es tal alimento, y lo es para los pecadores: todos somos pecadores mientras dura nuestra vida sobre la tierra; pero ello no nos dispensa del examen de conciencia que, so pena de ser reos de muerte si lo omitimos, prescribe el Señor a través de San Pablo, ni de la limpieza que el propio Jesús nos enseña en este Evangelio. Hay algo de incoherente en esas largas filas que, amparadas por una falsa doctrina, se acercan al comulgatorio cuando se piensa en lo cortas, y aún muy cortas, que son las filas ante el confesonario. El ser pecadores y necesitar de la Eucaristía no nos exime de lavarnos los pies (“y las manos también y la cabeza”) para acercarnos dignamente a recibir el alimento que nos ayudará a salir de nuestra condición pecadora. Sí, vivimos en una condición pecadora; pero debemos pedir perdón por los pecados específicos y concretos que en ella cometemos antes de acercarnos al Santo de los Santos. Si fuera necesario otro episodio en que el Señor mismo nos previene sobre la necesidad de presentarnos dignamente ante Él, recordemos la parábola de las bodas en que el rey sale a saludar a los invitados y se encuentra con que uno de éstos se ha presentado sin estar adecuadamente vestido: se trata, recordemos, de invitados que han sido “obligados a entrar”; sin embargo, el rey dice al sujeto: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda? El enmudeció. Entonces el rey dijo a sus ministros: Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes” (Mt 22, 11-13).
domingo, 3 de abril de 2022
“¿Tentación de volver atrás?” La respuesta de Chesterton
Les ofrecemos la traducción de un artículo de Cristiana de Magistris aparecido en Corrispondenza Romana sobre el sentido que G. K. Chesterton (1874-1936) asignada, ya desde antes de convertirse al catolicismo, a la tradición.
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“¿Tentación de volver atrás?” La respuesta de
Chesterton
Cuando en 1921, durante su viaje a
los Estados Unidos, Chesterton fue invitado por el cardenal Gibbons a su casa,
experimentó la sensación de estar en contacto con “el último eslabón de una
cadena viva” que comenzaba con Pedro, el pescador. Tuvo así, aunque sin
saberlo, la experiencia de la Tradición de la Iglesia, esa tradición, que
después de su ingreso oficial a la Iglesia católica, consideró siempre como el
baluarte del catolicismo frente al devenir del mundo.
Pero la idea de tradición es mucho más antigua en el pensamiento de Chesterton. La autoridad que el pasado tiene sobre el presente, que los muertos tienen sobre los vivos, vuelve como una constante melodía en sus escritos e incluso en sus novelas. Es con la razón, antes que con la fe, que descubrió Chesterton el valor de la tradición, aunque sin comprenderla todavía en el sentido eclesial del término. “El verdadero soldado combate no porque odia lo que tiene al frente, sino porque ama lo que tiene detrás”, había escrito en 1911. El hombre no puede prescindir de lo que lo ha precedido. En Lo que está mal en el mundo afirmaba: “Por alguna extraña razón, el hombre planta siempre sus árboles frutales en un cementerio. Sólo puede encontrar la vida entre los muertos. El hombre […] puede crear un futuro exuberante y ciclópeo solamente en la medida en que piensa en el pasado”.
Es, sin embargo, en Ortodoxia, su obra maestra escrita en 1908, donde Chesterton da una definición exacta de lo que considera “tradición”. Es la definición típica del genio de la paradoja, que no escatima su agudo humor en la descripción de la demarcación que separa, al mismo tiempo que une, a los vivos con los muertos: “La tradición -escribe- puede ser definida como una extensión de los derechos políticos. Tradición significa reconocer el derecho a voto a la más oscura de todas las clases, la de nuestros antepasados. Es la democracia de los muertos. La tradición rehúsa someterse a la pequeña y arrogante oligarquía de quienes, sólo por casualidad, andan todavía por la tierra. Todos los demócratas niegan que el hombre quede excluido de los derechos humanos generales por los accidentes del nacimiento; y bien: la tradición niega que el hombre quede excluido de semejantes derechos por el accidente de la muerte. Nos enseña la democracia a no desdeñar la opinión de un hombre honrado, así sea nuestro caballerizo; y la democracia debe también exigirnos que no desdeñemos la opinión de un hombre honrado, cuando ese hombre sea nuestro padre. Me es de todo punto imposible separar estas dos ideas: democracia, tradición. Me parece evidente que son una sola y misma idea. Tendremos a los muertos en nuestras asambleas. Los antiguos griegos votaban con piedras, y aquí se votará con piedras tumbales, lo cual es enteramente regular y oficial, puesto que la mayor parte de ellas estará marcada con una cruz, igual que las papeletas del voto”.
Cuando escribía estas palabras, Chesterton no era todavía oficialmente católico, pero advertía con claridad cómo empezaba a mostrarse en su espíritu la tradición de la Iglesia. En Ortodoxia escribe también lo siguiente: “La Iglesia católica jamás eligió los senderos trillados, ni aceptó los lugares comunes: jamás fue respetable. Habría sido fácil aceptar el poder terrenal de los arrianos; habría sido fácil, en el calvinista siglo XVII, caer en el pozo sin fondo de la predestinación. Es fácil ser locos; es fácil ser herejes; es siempre fácil permitir que una época se ponga a la cabeza de cualquier cosa, y difícil conservar la cabeza; siempre es fácil ser modernistas, tal como es fácil ser snobs. Habría sido sencillo caer en alguna de las muchas trampas del error o del exceso que se han abierto, por diversas modas, por diversas sectas, a lo largo del camino histórico del Cristianismo. Es siempre fácil caer: hay una infinidad de lugares por donde uno puede caer, y hay sólo uno en que uno se puede apoyar. […] Pero haberlos evitado todos es la aventura que perturba; y en mi visión, el carro celeste vuela fulgurante a través de los siglos, mientras las necias herejías se revuelcan postradas, y la augusta verdad oscila, pero permanece en pie”.
El “carro celeste” es la Iglesia católica: ella es el único lugar en que uno se apoya para no caer. Chesterton admira la ortodoxia de la Iglesia, con la que ha evitado todas las múltiples desviaciones que han atravesado los siglos. En la novela La esfera y la cruz escribe: “El cristianismo no está nunca de moda porque es sano, y todas las modas son enfermedades […] La Iglesia parece estar siempre en la retaguardia del tiempo, aunque está en la vanguardia: ella espera que la última hoja haya contemplado el último atardecer. Ella tiene la clave de un vigor permanente”. Y explica la razón de ello: “La Iglesia -escribe- no puede permitirse flaquear en ciertas cosas, ni siquiera un poco, si ha de continuar su grande y riesgoso experimento de equilibrio inestable. Si permite que una idea pierda poder, alguna otra se volverá demasiado poderosa. El pastor cristiano no ha de guiar una grey de ovejas, sino una manada de búfalos, y de tigres, de ideales terribles y de devoradoras doctrinas, todas suficientemente fuertes como para transformarse en una falsa religión y devastar el mundo. No olvidemos que la Iglesia se afirmó específicamente debido a sus peligrosas ideas; ha sido una domadora de leones”.
Una vez que se hizo oficialmente católico, Chesterton amó profundamente a la Iglesia católica especialmente en aquello por lo que ella desagradaba al mundo: su santa intransigencia, su benévolo rigor, su misericordiosa intolerancia. Por eso la pluma del escritor inglés tuvo siempre palabras especialmente afiladas contra cualquier desviación progresista. El progreso, el que es digno de ese nombre -sostenía- “no debe ser un continuo parricidio”, sino un continuo redescubrimiento de lo que nuestros padres construyeron y defendieron a lo largo de los siglos. También en Ortodoxia mostraba la diferencia que existe entre la honesta y debida búsqueda de la verdad y una pseudo-verdad que deriva de un ciego e inconducente progresismo: “Los cristianos dogmáticos procuraban construir el reino de la santidad, y buscaban, por ello, definir el concepto preciso de santidad. Pero nuestros teóricos de la educación tratan de instituir una libertad religiosa sin tratar de aclarar qué es religión y qué es libertad. Si los antiguos sacerdotes imponían una opinión a la gente, se preocupaban, al menos, de hacerla previamente lúcida. Sólo las masas modernas […] se pueden permitir seguir una doctrina sin siquiera definirla. Por estos motivos, y por muchos otros, hemos llegado a creer en la necesidad de volver a los fundamentos”.
Y eso fue lo que hizo, con una rara coherencia de vida y una rigurosa honestidad intelectual. En Lo que está mal en el mundo, el “neo-hipócrita” es aquel que se opone al dogma y a la ortodoxia: “La mente humana conoce dos cosas, y sólo dos: el dogma y el prejuicio. El Medioevo fue una edad racional, una época de doctrina. Nuestra época es, a lo más, una época poética, una edad del prejuicio”.
He aquí por qué Chesterton invitaba continuamente a estar vigilantes ante las sugestiones de la mentalidad moderna, como dice expresamente en su obra El hombre común: “El mayor problema de aquello que se autodefine como mentalidad moderna, es el estar sobre rieles, nuestro hábito de estar satisfechos con ir por los rieles debido a que nos han dicho que son vías de cambio”. Pero se trata de una insidia doble, contenida tanto en los rieles como en el pretexto de los cambios. Usando la imagen de los rieles, Chesterton escribe: “[…] si comenzáramos seriamente a pensar en la idea de salirnos de los rieles, descubriríamos que aquello que vale para los trenes vale también para la verdad. Descubriremos que es, efectivamente, más difícil salirse de los rieles cuando el tren va velozmente que cuando avanza con lentitud. Descubriremos que la rapidez es rigidez […] y al cabo nadie dará el salto hacia la verdadera libertad intelectual, así como tampoco nadie saltaría desde un tren en movimiento […] esto me parece ser la señal distintiva de lo que en la edad moderna llamamos pensamiento progresista. El hombre moderno, atrapado en un tren que corre a vertiginosa velocidad hacia una meta desconocida, no tiene el coraje de salirse de los rieles del pensamiento trillado: soñando en una ilusoria libertad, permanece en realidad esclavo del pensamiento dominante, que le propone, día tras día, ilusorias y cambiantes quimeras”.
La única verdadera defensa ante este mal que empapa a la modernidad está en la inmutable tradición de la Iglesia Católica, que por su origen divino -declara Chesterton- “no puede moverse con los tiempos”. Por lo demás, agrega el escritor inglés, “no tenemos necesidad, como dicen los periódicos, de una Iglesia que se mueva con el mundo. De lo que tenemos necesidad es de una Iglesia que mueva al mundo”.
La idea que Chesterton tiene de la tradición es cósmica y supratemporal: envuelve al universo y reúne a todas las almas -por cuanto inadvertida- en todo tiempo y en todo lugar. Nadie puede escapar a su luz y al encanto siempre antiguo y siempre nuevo que el propio pasado ejerce sobre todo hombre, porque la “tradición no significa que los vivos están muertos, sino que los muertos están vivos”.
La provocación de Chesterton en relación con la inmortal “traditio Ecclesiae” es tremendamente actual e interpela a la conciencia de todos los miembros de la Iglesia, incluso de aquellos que viven en Roma, después de que el Rin ha desembocado en el Tíber.
sábado, 26 de marzo de 2022
Abuso litúrgico
Les ofrecemos la traducción de un breve comentario de Maximilien Bernard publicado en Riposte Catholique el 14 de marzo de 2022 sobre la Santa Misa celebrada en la Iglesia del Gesú, en Roma, para celebrar el cuarto centenario de la canonización de San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Felipe Neri y San Francesco Savio. El papa Francisco asistió a la Misa desde el coro y predicó la homilía.
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Abuso litúrgico
Maximilien Bernard
En la carta que acompaña al motu proprio Traditionis Custodes, el papa Francisco pide a los obispos “estar vigilantes para que cada liturgia sea celebrada con decoro y fidelidad a los libros litúrgicos promulgados después del Concilio Vaticano II, sin las excentricidades que pueden fácilmente degenerar en abusos. Los seminaristas y todos los sacerdotes nuevos deben ser formados en la fidelidad a la observancia de las prescripciones del Misal y de los libros litúrgicos, en las que se refleja la reforma litúrgica querida por el Concilio Vaticano II”.
El sábado 12 de marzo el Santo Padre Francisco ha participado en una Misa presidida por el Rev. Padre Arturo Sosa s.j., con motivo de los cuatrocientos años de la canonización de los jesuitas Ignacio de Loyola y Francesco Saverio, de la carmelita descalza Teresa de Ávila y del oratoriano Felipe Neri. La Oficina de Prensa del Vaticano ha comunicado que el Santo Padre presidiría, como era lo evidente, la celebración eucarística, pero no ocurrió así. En la iglesia del Santo Nombre de Jesús en Roma, iglesia madre de la Compañía de Jesús, el Pontífice ha preferido retroceder y dejar la celebración al Superior General. Que el Pontífice asista a la Misa, no tiene nada de mal: el papa puede asistir a una celebración eucarística con muceta y estola. Pero no: Francisco no se puso nada sobre la sotana.
Sin embargo, pronunció la homilía. Y luego, al momento de la consagración, concelebró. Sin estola, sin ningún paramento litúrgico, tendió la mano y pronunció las palabras de la consagración.
¡En la sala de prensa fue el caos! Nadie sabía cómo presentar el suceso en el Bulletino Quotidiano de la Santa Sede. La Oficina de Prensa escribió: “Después de mediodía, tuvo lugar la Misa en presencia del Santo Padre Francisco”, y Vatican News escribió: “El papa Francisco concelebra la Santa Misa”, sin hablar del hecho que Francisco estuvo sentado en los momentos principales de la celebración.
¿Cómo se puede esperar que los fieles comprendan qué es el sentido de lo sagrado si es el Papa mismo quien no da el buen ejemplo?
martes, 22 de febrero de 2022
Si un ateo oye esta oración, desaparecen las telarañas de su espíritu
Les ofrecemos hoy un breve y sugerente artículo de Gregory DiPippo sobre la función evangelizadora que tiene el canto gregoriano, que el Concilio reconoció "como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas" (Sacrosanctum Concilium, 116). Hay que recordar que el Cristo envío a sus discípulos para predicar el Evangelio a todos los pueblos, bautizándolos en nombre de le Trinidad Beatísima (Mt 28, 19), de suerte que la predicación de Su Mensaje constituye la razón de ser de la Iglesia, como administradora de las gracias de la Redención. La Tradición entrega poderosos instrumentos para cumplir con esa misión.
El artículo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción.
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“Si un
ateo oye esta oración, desaparecen las telarañas de su espíritu”
Gregory DiPippo
En el Oficio Divino del domingo recién pasado, Domingo de Septuagésima, hemos aprendido de San Agustín que Dios “juzgó que es mejor extraer bien del mal, que impedir que el mal exista”. Ayer descubrí, por una feliz casualidad, que esto se aplica incluso a algo tan horrible como un reality show en televisión. En India existe un subgénero de programas de este tipo en que algunas personas de áreas rurales, que han tenido poca o ninguna experiencia de la cultura de Occidente, son expuestas a ella e interrogadas sobre sus reacciones (a juzgar por la cantidad de ejemplos en YouTube, parece que este género es sumamente popular). La introducción es tan ramplona como suelen ser estas cosas en Occidente, pero no desanimarse: es verdaderamente fascinante ver cuán rápidamente estos señores, al oír el Dies Irae en canto gregoriano, comienzan a expresar sentimientos profundamente cristianos sobre el sentido de una oración que no entienden (el anciano a la izquierda se emociona hasta el punto de hacer la señal de la Cruz). Quizá hay aquí una lección para la Iglesia de que su misión, divinamente encomendada, de “hacer discípulos en todas las naciones”, no se ha beneficiado en absoluto con el abandono de “esa realidad espiritual y artística, estupenda e incomparable,que es el canto gregoriano” y, en general, la buena música.
No menos bellas son las reacciones
ante el canto de los ortodoxos griegos. Uno de los oyentes se da cuenta,
inmediatamente y sin que se le haya informado nada, “[…] esto tiene muchos siglos
de antigüedad, y ha sido cantado desde tiempos inmemoriales”. Y otro dice: “me
conmueve el corazón hasta en lo más íntimo. Es una oración buena, quisiera que
no acabara nunca y que pudiera oírla para siempre. Esto llega al corazón”.
domingo, 20 de febrero de 2022
El Sínodo sobre la sinodalidad. Implementación de la “eclesiología del Concilio Vaticano II”
Ofrecemos aquí la traducción de un importante artículo respecto del Sínodo sobre la sinodalidad, convocado por el papa Francisco. El jueves 20 de enero publicamos en este blog la traducción de “La Misa de siempre: baluarte de la ortodoxia”, de Cristiana de Magistris, en que se desarrolla la idea del desmantelamiento de la teología que se está llevando a cabo después del Concilio Vaticano II; desmantelamiento que es, al cabo, el desmantelamiento de la fe que la Iglesia ha recibido en depósito. Frente a ese proceso, la Misa de siempre es el primero y el último baluarte, y de ahí el furor con que se la quiere suprimir. En el presente artículo se analiza el contexto general de dicho desmantelamiento, que es presentado, por sus fautores, como una “renovación” de la “eclesiología” según las líneas que dejó sugeridas, aunque no totalmente desplegadas, el citado Concilio Vaticano II. El sentido que se quiere imponer a esta “renovación” contraría frontalmente la fe de la Iglesia, y permite aquilatar más todavía la importancia de la defensa de la Misa de siempre como el gran obstáculo para dicha infausta empresa.
Cumple recordar que el Código de Derecho Canónico (1983) señala que "el Sínodo de los Obispos es una asamblea de Obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos, y ayudar al Papa con sus consejos para la integridad y mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el mundo" (canon 342). Esta función consultiva viene refrendada enseguida, cuando se explica que "corresponde al Sínodo de los Obispos debatir las cuestiones que han de ser tratadas, y manifestar su parecer, pero no dirimir esas cuestiones ni dar decretos acerca de ellas, a no ser que en casos determinados le haya sido otorgada potestad deliberativa por el Romano Pontífice, a quien compete en este caso ratificar las decisiones del Sínodo" (canon 343).
Matt Gaspers, el autor del artículo que reproducimos, es el editor principal de Catholic Family News, un periódico mensual y un apostolado en línea centrado en la fe católica tradicional y en la herencia de la civilización cristiana. Colabora también de forma habitual con The Fatima Crusader, OnePeterFive y LifeSiteNews. Sus líneas de trabajo incluyen la teología, la historia de la Iglesia, las apariciones de Fátima, el Islam y la vida espiritual.
El artículo fue publicado originalmente en Catholic Family News y reproducido en LifeSite News. La traducción proviene de la Redacción.
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El Sínodo sobre la sinodalidad. Implementación de la “eclesiología del Concilio Vaticano II”
Matt Gaspers
El llamado Sínodo sobre la Sinodalidad -oficialmente la décimo sexta Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cuyo tema es “Hacia una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión” (octubre 2021, octubre 2023)- fue inaugurado el 9 de octubre de 2021 en Roma, y el domingo siguiente en las diócesis del mundo.
A diferencia de los sínodos anteriores, cada uno de los cuales estuvo dedicado a determinados temas doctrinales/pastorales[1] o a la situación de la Iglesia en alguna región específica del mundo[2], el foco del Sínodo actual es mucho más amplio y se refiere a la verdadera naturaleza de la propia Iglesia (que es el objeto de la eclesiología, una rama especial de la teología), a fin de cambiar fundamental y permanentemente la Iglesia (o, al menos, la comprensión tradicional de su constitución divina) y el modo como ella actúa[3].
Como veremos, el propósito fundamental de este “camino sinodal” parece ser una puesta al día adicional (aggiornamento) de la Iglesia de acuerdo con la “eclesiología del Concilio Vaticano II”, frase que figura en un documento vaticano de 2018 que es decisivo para comprender el Sínodo actual (más adelante nos referimos a esto).
Durante su discurso para el “Momento de reflexión” (9 de octubre de 2021), el papa Francisco dejó perfectamente en claro este propósito fundamental (los énfasis están añadidos): “Si queremos hablar de una Iglesia sinodal, no podemos declararnos satisfechos con sólo las apariencias; necesitamos contenido, medios y estructuras que puedan facilitar el diálogo y la interacción con el Pueblo de Dios, especialmente entre sacerdotes y laicos. Esto exige cambiar ciertas visiones claramente verticales, distorsionadas y parciales de la Iglesia, del sacerdocio ministerial, del papel del laicado, de las responsabilidades eclesiales, de los papeles del gobierno, etc.”[4].
El Papa puso énfasis en cómo esta “experiencia sinodal” de dos años ofrece la oportunidad, al Cuerpo Místico de Cristo, de “convertirse en una Iglesia que escucha”, así como también en una “Iglesia de la cercanía”, que no sólo mediante palabras sino por su misma presencia fortalece mayores lazos de amistad con la sociedad y con el mundo. Una Iglesia que no se mantiene alejada de la vida, sino que se sumerge en los problemas y necesidades de hoy, vendando las heridas y sanando los corazones rotos con el bálsamo de Dios”[5].
El Papa incluso llegó hasta citar al P. Yves Congar (1904-1995), un perito (experto en teología) de avanzada en el Concilio Vaticano II y cofundador de la revista heterodoxa Concilium[6], que escribió alguna vez: “No hay necesidad de crear otra Iglesia, sino de crear una Iglesia diferente” (“Verdadera y falsa reforma en la Iglesia”)[7].
Y entre los “problemas y necesidades” que esta “Iglesia diferente” debe abordar están el medioambientalismo y la fraternidad humana, que implican, ambos, el diálogo interreligioso, con el peligro asociado de la indiferencia religiosa -herejía condenada, repetidas veces, con anterioridad al Concilio Vaticano II[8]-.
Medioambientalismo y fraternidad humana: elementos constituyentes del actual Sínodo
En la primera sección del Documento Preparatorio del Sínodo, “La llamada a caminar juntos”, se lee lo siguiente: “El camino sinodal se desarrolla en un contexto histórico caracterizado por enormes cambios en la sociedad y por una crucial transición en la vida de la Iglesia, que no puede ser ignorada: es en medio de las complejidades de este contexto, en medio de sus tensiones y contradicciones, que estamos llamados a “escudriñar los signos de los tiempos y a interpretarlos a la luz del Evangelio” (Gaudium et Spes, núm. 4) (Documento Preparatorio, núm. 4).
Después de citar una famosa frase de Gaudium et Spes (como se conoce la "Constitución pastoral de la Iglesia en el mundo moderno" del Concilio Vaticano II)[9], y sin jamás definir qué significa la “crucial transición en la vida de la Iglesia”, el documento prosigue: “Una tragedia global, como la pandemia del COVID-19, momentáneamente revivió la consciencia de que somos una comunidad global, que estamos todos en el mismo barco, que los problemas de algunas personas son problemas de todos. Una vez más nos hemos dado cuenta de que nadie se salva solo; sólo nos podemos salvar todos juntos” (Fratelli Tutti, núm. 32). Al mismo tiempo, la pandemia ha hecho explotar las desigualdades e injusticias ya existentes: la humanidad parece cada vez más sacudida por procesos de masificación y de fragmentación; la trágica situación que encaran los migrantes en todas partes del mundo muestra cuán grandes y poderosas son todavía las barreras que dividen a la única familia humana. Las encíclicas Laudato Si' y Fratelli Tutti ilustran la profundidad de las fallas tectónicas que subyacen a la humanidad, y podemos remitirnos a estos análisis para comenzar a escuchar el grito de los pobres de la tierra y a reconocer las semillas de esperanza y de futuro que el Espíritu sigue sembrando incluso en nuestros tiempos: “El Creador no nos abandona; nunca renuncia a su plan ni se arrepiente de habernos creado. La humanidad tiene todavía la capacidad de trabajar en conjunto por la construcción de nuestra casa común” (Laudato Si', núm. 13)” (Documento Preparatorio, núm. 5).
Advertimos aquí la centralidad del medioambientalismo (tema de Laudato Si') y de la fraternidad humana (tema de Fratelli Tutti) para el actual Sínodo, todo ello en el contexto de la “pandemia del COVID-19”.
Es interesante constatar que el pasado octubre tuvo lugar un acontecimiento, que se traslapó con la inauguración del Sínodo en las diócesis del mundo (17 de octubre de 2021), que combinó los temas del ambientalismo y de la fraternidad humana y que recibió la bendición del papa Francisco: la edición 2021 del Parlamento de las Religiones del Mundo (celebrado entre el 16 y el 18 de octubre), el octavo de estos encuentros desde su comienzo en Chicago, en 1893. Dicho evento se realizó “para reunir al movimiento interreligioso mundial global y para celebrar la perduración del espíritu y del trabajo de las comunidades religiosas y espirituales que luchan por un mundo más justo, pacífico y sostenible”, según lo declara el sitio web de la organización.
Como lo informó en aquel momento Religion News Service, “el principal tema global que mantuvo en ebullición la superficie, fue la crisis climática y sus efectos de largo alcance. Este tópico fue tratado por participantes de todos los ámbitos ideológicos y religiosos”.
Entre tales participantes estuvo el cardenal Peter Turkson, entonces Prefecto del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral[10]. Y el arzobispo Christoph Pierre, que era el Nuncio apostólico en los Estados Unidos, envió el siguiente mensaje (fechado el 24 de septiembre de 2021) al cardenal Blaise Cupich, arzobispo de Chicago (lugar donde están las oficinas del parlamento), a nombre del papa Francisco: “Su Santidad el papa Francisco envía su cordial saludo a todos los participantes en la reunión del Parlamento de las Religiones Mundiales que se celebrará virtualmente [debido al COVID-19] del 17 al 18 de octubre. Confía Su Santidad que esta experiencia de diálogo fraternal llamará la atención hacia la universal aspiración del espíritu humano de paz y al imperativo moral de actuar con compasión en la satisfacción de las necesidades de nuestros hermanos y hermanas de la gran familia humana. Con oraciones para que el encuentro contribuya a una sociedad humana global más justa y humana, respetuosa de la inviolable dignidad de cada persona, “enraizada en los valores de paz, mutua comprensión y armónica coexistencia” (Documento sobre la Fraternidad Humana para la Paz Mundial y la Vida Común [4 de febrero, 2019]), Su Santidad invoca sobre los participantes bendiciones de sabiduría, gozo y paz”.
Como veremos, el diálogo interreligioso y el ecumenismo (diálogo entre los cristianos), debido a que son parte integral de la “eclesiología del Concilio Vaticano II”, son también elementos constitutivos de la sinodalidad.
¿Qué es la sinodalidad?
Si está Ud. confundido por el término “sinodalidad”, no es el único que lo está. En su homilía en la Misa de apertura del Sínodo en la Arquidiócesis de Nueva York (17 de octubre de 2021), el cardenal Timothy Dolan ingenuamente preguntó a los asistentes a la Catedral de San Patricio (Ciudad de Nueva York): “Ahora bien, les pregunto ¿qué es la sinodalidad de la que San [error] el papa Francisco habla tan a menudo? Óiganme, yo no sé si la entiendo perfectamente. Y el Santo Padre parece ser honesto al admitir que tampoco él la comprende plenamente, lo cual me parece que es la razón por la que nos ha convocado a esta tarea. Como que él quiere que nos reunamos con él para orar y escuchar y discernir, examinándonos a nosotros mismos y a la Iglesia en general para ver, o sea, para ver si estamos en el camino correcto que Jesús ha trazado para su Amada Esposa, la Iglesia, su Cuerpo Místico”.
Si regresamos al Documento Preparatorio del Sínodo, leemos en él que, al convocarnos al Sínodo sobre la Sinodalidad, “el Papa Francisco invita a toda la Iglesia a reflexionar sobre un tema que es tan decisivo para su vida y su misión: “Es precisamente este camino de la sinodalidad lo que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio” (Documento Preparatorio, núm. 1). El Vademécum (Manual) oficial del Sínodo repite esta cita (“Es precisamente este camino de la sinodalidad […]”), que está tomada de un importante discurso pronunciado por Francisco en 2015, y agrega además (hemos añadido el énfasis): “Siguiendo en la senda de la renovación de la Iglesia propuesta por el Concilio Vaticano II, este camino común es tanto un don como una tarea. Reflexionado en común sobre el camino que se ha andado hasta aquí, los diversos miembros de la Iglesia podrán aprender de las experiencias y perspectivas de unos y otros, con la guía del Espíritu Santo (Documento Preparatorio, núm. 1). Iluminados por la Palabra de Dios y unidos en oración, podremos discernir los procesos para buscar la voluntad de Dios y seguir por las sendas por las que Dios nos llama hacia una comunión más profunda, a una más plena participación, y a una mayor apertura para la realización de nuestra misión en el mundo” (Vademécum, núm. 1.2).
Sobre la naturaleza de la sinodalidad sigue diciendo el Vademécum: “Primero, y lo más importante, la sinodalidad denota el estilo propio que caracteriza la vida y la misión de la Iglesia, expresando su naturaleza como Pueblo de Dios que camina y se reúne como asamblea, convocada por el Señor Jesús en el poder del Espíritu Santo para proclamar el Evangelio[11] […] El corazón de la experiencia sinodal es oír a Dios a través de la escucha mutua, inspirados por la Palabra de Dios. Nos oímos mutuamente a fin de oír mejor la voz del Espíritu Santo que habla a nuestro mundo de hoy” (Vademécum, núm. 1.2 y 4.1).
Posiblemente la descripción más reveladora de la sinodalidad, sin embargo, se encuentra en el documento del Vaticano de 2018 mencionado al comienzo de este artículo, documento que cita el discurso de 2015 de Francisco y empieza reproduciendo la frase más famosa (o infame) de dicho discurso: “Es precisamente este camino de la sinodalidad lo que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio”.
Sinodalidad en la vida y la misión de la Iglesia
El documento “Sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia”, (en adelante SVMI), fue redactado por la Comisión Teológica Internacional en Roma y su publicación fue aprobada por el cardenal Luis Ladaria, s.j., Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, ex officio, Presidente de dicha Comisión. En ese documento se lee: “Aunque el término sinodalidad no se encuentra específicamente como tal o como concepto en la enseñanza del Concilio Vaticano II, es justo decir que la sinodalidad está en el corazón de la obra de renovación alentada por el Concilio” [el énfasis ha sido añadido].
“La eclesiología del Pueblo de Dios subraya la común dignidad y la misión de todos los bautizados en el ejercicio de la variada y ordenada riqueza de sus carismas, vocaciones y ministerios […] En este contexto eclesiológico, la sinodalidad es modus operandi et vivendi propio de la Iglesia, Pueblo de Dios, que revela y le da sustancia a su ser como comunión cuando todos sus miembros caminan juntos, se reúnen en asamblea y toman parte activa en su misión evangelizadora” (SVMI, núm. 6).
Aunque la cita no tiene referencia a pie de página, la frase “eclesiología del Pueblo de Dios” se refiere claramente a Lumen Gentium, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia del Vaticano II, cuyo capítulo segundo se intitula “Del Pueblo de Dios”.
En tanto que el art. 14 de Lumen Gentium está dedicado a analizar “al fiel católico”, los arts. 15 y 16 delinean la nueva enseñanza de que la Santa Madre Iglesia está de algún modo “vinculada con” toda clase de no católicos (art. 15), y éstos están “relacionados de varias formas con el Pueblo de Dios” (art. 16): cristianos no católicos, judíos, musulmanes, “aquellos que en sombras e imágenes buscan al Dios desconocido”, e incluso “aquellos que, sin culpa de su parte, no han llegado todavía a un conocimiento explícito de Dios” (“sin culpa”, a pesar de la enseñanza en contrario de 1 Rm, 18-20 y de la Constitución Dogmática Dei Filius, sobre la fe católica, del Concilio Vaticano I, cap. 2, art. 1). Además, bajo el título “Un nuevo umbral en la senda del Vaticano II”, SVMI explica a continuación la continuidad que hay entre el Concilio, la sinodalidad y el papa Francisco: “Los frutos de la renovada promesa del Concilio Vaticano II en su promoción de la comunión eclesial, de la colegialidad episcopal y del pensar y actuar “sinodalmente” han sido ricos y preciosos. Queda todavía, sin embargo, un largo camino en la dirección indicada por el Concilio [énfasis añadido]”.
De ahí el nuevo umbral que el papa Francisco nos invita a cruzar. En la huella del Concilio Vaticano II, y siguiendo los pasos de sus predecesores, el papa insiste en que la sinodalidad describe la forma de la Iglesia que emerge del Evangelio de Jesús, y que está llamada a encarnarse hoy en nuestra historia, con creativa fidelidad [?] a la Tradición.
De acuerdo con la enseñanza de Lumen Gentium, el papa Francisco pone particular énfasis en que la sinodalidad “nos ofrece el contexto más apropiado para comprender el ministerio jerárquico mismo” [discurso de 2015] y en que, sobre la base de la doctrina del sensus fidei fidelium [sentido de la fe de los fieles], todos los miembros de la Iglesia son agentes de evangelización […] Además, la sinodalidad está en el corazón del compromiso ecuménico de los cristianos [énfasis añadido] porque constituye una invitación a caminar juntos la senda que conduce a la plena comunión y porque -cuando entendida correctamente- ofrece una vía de entendimiento y experiencia de la Iglesia, en que encuentran su lugar las legítimas diferencias en la lógica de un recíproco intercambio de dones, a la luz de la verdad” (SVMI, núm. 8-9).
Si la sinodalidad tiene precedentes en la “eclesiología del Concilio Vaticano II” (SVMI, núm. 42,71) -una enseñanza reconocidamente novedosa (cf. SVMI, núm. 5) que postula que toda la humanidad, sin consideración de afiliaciones religiosas (o de su ausencia) está conectada a la Iglesia católica en diversos grados- y si la “sinodalidad está en el corazón del compromiso ecuménico de los cristianos” (SVMI, núm. 9), se comienza a entender por qué la literatura oficial del Sínodo sobre Sinodalidad incluye declaraciones como la siguiente (énfasis añadido): “Se llama a las diócesis a recordar que los sujetos principales de esta experiencia sinodal son los bautizados. Se debe tener especial cuidado de involucrar a aquellas personas que corren el peligro de ser excluidas: las mujeres, los minusválidos, los refugiados, los migrantes, los ancianos, las personas que viven en la pobreza, los católicos que rara vez o nunca practican su fe […] Todos juntos, todos los bautizados son sujeto del sensus fidelium, la voz viva del Pueblo de Dios. Al mismo tiempo, para participar plenamente en el acto de discernimiento, es importante que los bautizados escuchen la voz de otras personas en su medio local, incluyendo a quienes han dejado de practicar la fe, a quienes pertenecen a otras tradiciones de fe, a quienes no tienen fe religiosa [recuérdese Lumen Gentium, analizada precedentemente], etc. Porque, como declara el Concilio [Vaticano II]: “Los gozos y esperanzas, las penas y ansiedades de los hombres de nuestro tiempo, especialmente de los pobres o afligidos, son los gozos y esperanzas, las penas y ansiedades de los seguidores de Cristo. En realidad, nada que sea auténticamente humano deja de producir un eco en sus corazones” (Gaudium et Spes, núm. 1).
“Por esta razón, aunque son todos los bautizados los llamados específicamente a tomar parte en el Proceso Sinodal, nadie -cualquiera sea su afiliación religiosa- debiera ser excluido de compartir su perspectiva y experiencia [de nuevo, recuérdese Lumen Gentium], en la medida en que desea ayudar a la Iglesia en su viaje sinodal en busca de lo que es bueno y verdadero” (Vademécum, núm. 2.1)”.
El problema que presentan muchas de las ideas anteriores es que son diametralmente opuestas a la eclesiología católica tradicional, que no ve que tenga valor alguno consultar a los que están fuera de la Iglesia con el propósito de mejorar la situación al interior de la Iglesia. Esto es, por ejemplo, lo que el Catecismo Romano (o sea, el Catecismo del Concilio de Trento) declara en lo que se refiere a las “iglesias” no católicas (¡ni mencionar las instituciones no cristianas!) en contraste con la única y verdadera Iglesia: “Y tal como ésta única Iglesia [la católica] no puede errar ni en fe ni en moral, ya que está guiada por el Espíritu Santo, así, por el contrario, todas las demás sociedades que se arrogan el nombre de iglesia deben, necesariamente, estar guiadas por el espíritu del diablo, y hundidas en los más perniciosos errores, tanto doctrinales como morales”[12].
Tampoco ayuda consultar a los “católicos que rara vez o nunca practican su fe”, ya que no están viviendo la vida sobrenatural de gracia de la Iglesia y son, por tanto, “miembros muertos [que] a veces siguen adheridos a un cuerpo viviente”, para citar de nuevo al Catecismo Romano[13].
Mayor prominencia para el laicado
Como hemos visto, hay varios componentes integrales incluidos en el actual sínodo, como el medioambientalismo, la fraternidad humana, el diálogo interreligioso y el ecumenismo. A estos elementos podemos añadir también el de la mayor prominencia de los laicos, una iniciativa que aparentemente busca poner patas arriba la constitución, divinamente instituida, de la estructura jerárquica de la Iglesia.
Sobre este punto, dice SVMI (núm. 57): “Recogiendo la perspectiva eclesiológica del Concilio Vaticano II, el papa Francisco esboza la imagen de la Iglesia sinodal como una “pirámide invertida” [discurso de 2015] que incluye al Pueblo de Dios y al Colegio de los Obispos, uno de cuyos miembros, Sucesor de San Pedro, tiene el ministerio específico de la unidad. Aquí, la cumbre está más abajo que la base”.
En la tradición, el laicado ha estado ubicado en la base extensa de la pirámide eclesiástica, con los sacerdotes, obispos y, finalmente, el Papa sobre él; pero no con el fin de que el clero pueda aplastar tiránicamente al laicado, sino de un modo análogo a como los niños están bajo la autoridad, guía y protección de sus padres. Citando el Catecismo de Baltimore, la Iglesia “es la congregación de todos los bautizados unidos en la misma fe verdadera, en el mismo sacrificio y en los mismos sacramentos, bajo la autoridad del Soberano Pontífice y de los obispos en comunión con él” [énfasis añadido][14].
En cambio, en la nueva Iglesia sinodal la estructura tradicional es inaceptable y debe ser “aplastada”, como lo deja en claro SVMI: “La conversión pastoral para la implementación de la sinodalidad significa que algunos paradigmas a menudo presentes todavía en la cultura eclesiástica deben ser aplastados, porque expresan una comprensión de la Iglesia que no ha sido renovada por la eclesiología de la comunión. Ellos incluyen: la concentración de la responsabilidad de la misión en el ministerio de los Pastores; el insuficiente aprecio de la vida consagrada y de los dones carismáticos; el escaso uso de la contribución específica y cualificada de los fieles laicos, incluidas las mujeres, en sus áreas de especialización” (núm. 105).
De este modo, podemos esperar ver un impulso para empoderar (para recurrir a un cliché secular) a los laicos en el gobierno a todos los niveles y en todas las áreas de la Iglesia mediante este “viaje sinodal”.
Diez núcleos temáticos que revelan el DNA del Sínodo
Para concluir, revisemos sumariamente los llamados “diez núcleos temáticos” enumerados al final del Documento Preparatorio del Sínodo, que se repitan en el Vademécum (Manual), destinados a usarse como medio de conducir la “consulta mundial al Pueblo de Dios” (Documento Preparatorio, núm. 26) durante la “fase diocesana” del proceso sinodal de dos años (Vademécum, núm. 31). Tal como es en el núcleo de una célula donde se almacena el material genético, estos “núcleos temáticos” revelan el vínculo hereditario que hay entre el Concilio Vaticano II, la sinodalidad y varios rasgos familiares del pontificado de Francisco.
Los diez temas son: (1) los compañeros de ruta; (2) la escucha; (3) la proclamación; (4) la celebración; (5) la corresponsabilidad en la misión; (6) el diálogo en la Iglesia y en la sociedad; (7) el diálogo con otras denominaciones cristianas; (8) autoridad y participación; (9) discernimiento y decisión, y (10) la formación de sí mismos en la sinodalidad.
Cada categoría incluye temas para la discusión, que el Vademécum prevé que tendrá lugar vía “grupos, con moderadores, de discusión en línea, actividades en línea auto-guiadas, grupos de conversación, llamadas por teléfono y varias formas de comunicación social, así como también cuestionarios en línea y basados en publicaciones”. He aquí algunos ejemplos de los temas considerados en las diez categorías (Documento Preparatorio, núm. 30):
- “Cuando decimos “nuestra Iglesia”, ¿quiénes forman parte de ella?” (véase el Catecismo de Baltimore, citado anteriormente, para la respuesta correcta).
- “¿Cómo se escucha al laicado, especialmente a los jóvenes y a las mujeres?”
- “¿Cómo promovemos la participación activa de todos los fieles en la liturgia y en el ejercicio de la función santificante?” (tema central en la Constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II).
- “¿Qué espacio se otorga al ejercicio de los ministerios de lector y de acólito?”[15] (dos de las órdenes menores que Pablo VI decidió alterar después del Concilio).
- “¿Qué experiencias de diálogo y de compromiso compartido tenemos con los creyentes de otras religiones y con los no creyentes?” (temas centrales de la Declaración Nostra Aetate, del Concilio Vaticano II).
- “¿Qué relaciones tenemos con los hermanos y hermanas de otras denominaciones cristianas?” (tema central del Decreto Unitatis Redintegratio, del Concilio Vaticano II).
- “¿Cómo se promueve los ministerios laicos y la toma de responsabilidades por los fieles?”.
- “¿Qué instrumentos nos ayudan a leer la dinámica de la cultura en que estamos inmersos y el impacto de ella en nuestro estilo de Iglesia?”.
Conclusión
Sobre la base de las pruebas analizadas en este artículo, el Sínodo sobre la Sinodalidad tiene claramente la intención de ser una extensión del último Concilio ecuménico -un poderoso impulso para implementar más plenamente la problemática “eclesiología del Vaticano II” en toda la Iglesia universal-. Oremos para que el verdadero sensus fidei, tan a menudo alabado por el papa Francisco y otros defensores de la sinodalidad, se despierte en el alma de muchos católicos, y los conduzca a hacer oír sus voces en defensa de la Tradición y en oposición a las “profanas novedades” (1 Tim 6, 20). Como historiador católico, Roberto de Mattei escribe en su libro Apología de la Tradición: “[…] el sensus fidei puede impulsar a los fieles, en casos excepcionales, a rehusar su consentimiento a algunos documentos eclesiásticos e incluso a adoptar, frente a las supremas autoridades, una postura de resistencia o de aparente desobediencia. La desobediencia es sólo aparente porque, en estos casos de legítima resistencia, el principio es que debemos obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5, 29) […] Una actitud de resistencia en caso de confrontación con una enseñanza de las autoridades eclesiásticas que envuelve un peligro para la fe, debiera ser comprendida no tanto como “desobediencia” sino, por el contrario, como lealtad y unión más profunda con la Iglesia y con la Tradición”[16].
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[1] Por ejemplo, “La evangelización en el mundo moderno” (1974), “La
catequesis en nuestro tiempo” (1977), “La familia cristiana” (1980), “La
vocación y misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo” (1987), “La
formación de los sacerdotes en las actuales circunstancias” (1990), “La vida
consagrada y su papel en la Iglesia y en el mundo” (1994), “La Eucaristía,
fuente y culminación de la vida y de la misión de la Iglesia” (2005), “La
Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia” (2008).
[2] Por ejemplo, Sínodo especial para los Países Bajos (1980), Primera
Asamblea especial para Europa (1991),
Primera Asamblea especial para África (1994), Asamblea especial para América
(1997), Asamblea especial para Asia (1998), Asamblea especial para Oceanía
(1998), Asamblea especial para el Medio Oriente (2010).
[3] Debe reconocerse que, en gran medida, este cambio eclesiológico tuvo
lugar ya por medio del Concilio Vaticano II (1962-1965) — especialmente en el
documento Lumen Gentium (11 de noviembre de 1964) y su novel distinción entre “la única Iglesia de Cristo” y la “Iglesia
católica”: la primera “subsiste” en la segunda (art. 8) — y el establecimiento
de un “Concilio permanente de obispos para la Iglesia universal” hecho por el
papa Pablo VI (Apostolica Sollicitudo,
15 de septiembre de 1965) hacia el término del Concilio. El actual Sínodo sobre la
Sinodalidad simplemente lleva ciertas novedades conciliares hasta el extremo.
[4] Esto hace recordar el “sueño” de Francisco, expresado en Evangelii Gaudium (24 de noviembre de 2013), de
“una opción misionera, es decir, de un impulso misionero capaz de transformarlo
todo, de modo que las costumbres de la Iglesia, el modo de hacer las cosas, los
tiempos y los programas, el lenguaje y las estructuras puedan ser adecuadamente
adaptados más a la evangelización del mundo de hoy que a su propia preservación“
(núm. 27). Este “sueño” incluye “auténtica autoridad doctrinal” para las “conferencias
episcopales” (ibid., núm. 32).
[5] Todo esto está contenido en la creencia de que la Iglesia jamás ha
verdaderamente escuchado y, en el curso de la historia, ha permanecido “ajena a
la vida”, ignorando los “problemas y necesidades” de los tiempos, todo lo cual
es claramente falso. En cuanto a fortalecer “mayores vínculos de amistad con la
sociedad y el mundo”, vienen a la memoria las siguientes palabras de la Escritura:
“Quienquiera se hace amigo de este
mundo, se hace enemigo de Dios”(St 4, 4).
[6] Según su sitio web, “Concilium fue fundada en 1965 por
algunos de los principales teólogos de la época: Anton van den Boogaard, Paul
Brand, Yves Congar OP, Hans Küng, Johann Baptist Metz, Karl Rahner s.j., y
Edward Schillebeeckx. Concilium
existe para promover la discusión teológica en el espíritu del Concilio Vaticano II, del
cual surgió. Es un periódico católico en el más amplio sentido: firmemente
enraizado en la tradición católica, pero abierto también a otras tradiciones
cristianas y a las fes del mundo”.
[7] Esto hace recordar lo que el arzobispo Carlo Maria Viganò escribió en su primera gran intervención sobre el Concilio (9 de junio de 2020): “desde el Concilio Vaticano II en adelante se
construyó una Iglesia paralela, sobrepuesta y diametralmente opuesta a la
verdadera Iglesia de Cristo. Esta iglesia paralela oscureció progresivamente la
divina institución fundada por Nuestro Señor, a fin de reemplazarla por una
entidad espuria, que corresponde al deseo de una religión universal, teorizada
primeramente por la Masonería”.
[8] Véase, por ejemplo, Gregorio XVI, encíclica Mirari Vos (1832); Pío IX, Syllabus de errores (1864); Pío XI, encíclica Mortalium Animos (1928).
[9] En 1987, el entonces cardenal Joseph Ratzinger (futuro papa Benedicto
XVI), que fungía como perito (teólogo experto) del cardenal Josef Frings de
Colonia (1887-1978) durante el Concilio, escribía que Gaudium et Spes (Constitución sobre la Iglesia en el mundo moderno)
y Dignitatis Humanae (Declaración
sobre la libertad religiosa) constituían en conjunto “un contra-syllabus [refiriéndose
al Syllabus de errores de Pío IX] y, como
tal, representaban, de parte de la Iglesia, un intento de reconciliación
oficial con la nueva era inaugurada en 1789” (Ratzinger, J., Principles of Catholic
Theology [San Francisco, Ignatius Press, 1987], p. 382).
[10] El período de cinco años del prelado africano, de 73 años, como Prefecto,debía expirar a fines de 2021. En vez de renovar el nombramiento del cardenal
Turkson, el papa Francisco decidió nombrar al cardenal Michael Czerny, s.j.,
como cabeza del Dicasterio en calidad de interino, a partir del 1 de enero de
2022, “mientras se designa al nuevo Prefecto”, según dice el comunicado de la
Oficina de Prensa de la Santa Sede.
[11] Esta es una cita directa de “Sinodalidad en lavida y la misión de la Iglesia” (núm. 70, a); pero, curiosamente, no se da la cita en el Vademécum.
[12] Roman Catechism (ed. St. Charles Borromeo), parte I: El Credo, Art. IX (Rockford, TAN Books & Publishers, Inc., 1982), p.
107.
[13] Ibid., p. 100.
[14] The New Saint Joseph Baltimore Catechism, No. 2
(Nueva York, Catholic Book Publishing Corp., 1969), q. 136 (p. 72). Esta definición concuerda con la de San Roberto
Bellarmino, quien define la Iglesia como
“el cuerpo de hombres que profesan el mismo cristianismo y comparten los mismos
sacramentos reunidos en comunión […] bajo el gobierno de los pastores legítimos
y especialmente del único Vicario de Cristo en la tierra, el Sumo Pontífice”
(On the Church [trans. Ryan
Grant], vol. I, lib. III [Post Falls, Mediatrix Press, 2017], p. 237).
[15] De acuerdo con el motu proprio de Francisco Spiritus Domini (10 enero de 2021), se permite ahora que las mujeres
sean formalmente instituidas como lectores y acólitos por los obispos locales,
contra toda la tradición de la Iglesia.
[16] De Mattei, R., Apologia for Tradition: A Defense of Tradition Grounded in the Historical Context of the Faith (Kansas
City, Angelus Press, 2019), p. 95.