Les ofrecemos hoy un artículo de Augusto Merino Medina, conocido de nuestros lectores, donde aborda una cuestión trascendental para entender los cambios experimentados por la liturgia romana en el último siglo. Se trata del concepto de "participación activa", que se ha esgrimido como el argumento de mayor peso pastoral para el cambio de los ritos: el objetivo detrás de la reforma es que los fieles puedan participar de manera más directa e intensa en la liturgia. Sin embargo, si se acude a las fuentes, se comprueba que ese término significa en realidad otra cosa, y que nada tiene que ver sólo con comportamientos externos o con la lengua usada en las oraciones. El artículo recurre a esas fuentes y a los propósitos detrás del Movimiento Litúrgico al que se refería Pío XII en Mediator Dei (1947) para dar luz sobre el verdadero sentido que tiene la participación de los fieles en la liturgia, que puede explicarse también con aquella frase de San Juan de dar a Dios culto en espíritu y verdad (Jn 4, 23).
***
¿Significa “participatio actuosa” lo mismo que “participación activa”?
Como se sabe, entre los varios
propósitos con que se llevó a cabo la supuesta “reforma” litúrgica
posconciliar por los miembros de Consilium,
figura de modo muy preeminente, entre los que fueron declarados abiertamente,
el de facilitar la “participación” de los fieles en la liturgia.
El tema había sido recurrente, y muy apreciado, por los miembros del Mouvement Liturgique, cuyas ideas fueron las que, sin contrapeso, dominaron en la fabricación de la nueva Misa. Dom Bernard Botte (1883-1980), benedictino belga que formó parte de Consilium y a quien se debe, en gran parte, la creación -de infausta memoria- de la “Plegaria Eucarística II”, ilustra muy bien, al comienzo de su “Le mouvement liturgique. Temoignage et souvenirs”, el clima en que se abordaba esta cuestión: “La Misa era dicha por un viejo Padre casi afónico; incluso desde las primeras filas no se oía más que un murmullo. Nos poníamos de pie al evangelio, pero a nadie se le ocurría decirnos de qué hablaba este Evangelio. No se sabía ni siquiera qué santo se celebraba o por qué difuntos se decía la Misa con ornamentos negros. No existía el misal de los fieles. Uno podía sumergirse en algún libro de oraciones, sin importar cuál, pero nos espantaban la somnolencia, de vez en cuando, haciéndonos recitar en voz alta algunas decenas del rosario o cantar algún motete en latín o algún cántico en francés. El único momento en que rezábamos con el sacerdote tenía lugar al final de la Misa, cuando el celebrante, arrodillado delante del altar, recitaba las tres Avemarías y la Salve y demás oraciones prescritas por León XIII. […] En las dos parroquias de mi ciudad natal, las cosas no eran mucho mejores. Había Misas cantadas, pero se trataba de un diálogo entre el clero y el organista. El pueblo permanecía mudo y pasivo. Cada uno podía, a su antojo, recitar el rosario o zambullirse en Las más bellas oraciones de San Alfonso de Liguori o en la Imitación de Cristo. […] Era, pues, el clero quien tenía a su cargo la liturgia”[1].
Como se puede apreciar, es la “pasividad” de los fieles el blanco al que se dirige todas las críticas y el mal que, supuestamente, la reforma litúrgica debía remediar.
Aparte de que, en un mundo como el moderno, la “actividad”, sobre todo la “productiva”, cuenta con todas las alabanzas y la “pasividad” merece todos los juicios peyorativos, fueron precisamente algunos Papas, comenzando por San Pío X, considerado por muchos como el martillo del modernismo, quienes se refirieron primeramente, en la época contemporánea, a lo que hoy se conoce como “participación” de los fieles. San Pío X, en el motu proprio Inter pastoralis officii sollicitudines, de 22 de noviembre de 1903, más conocido y citado por su título italiano, Tra le sollicitudine, escribe “participatio divinorum mysteriorum atque Ecclesiae communium et solemnium precum”. En la traducción castellana, a “participatio” (“participación”) se añadió, sin justificación alguna, el adjetivo “activa”, que no figura en el texto latino: “la participación activa en los sacrosantos misterios y en la pública y solemne oración de la Iglesia”. Y lo mismo ocurre con la traducción del mencionado texto al italiano y a las demás lenguas modernas.
En este caso, Pío X se refería, concretamente, a estimular en los fieles el canto gregoriano durante las celebraciones litúrgicas. Pío XI recogió la preocupación por el uso del gregoriano y, para conmemorar el vigésimo quinto aniversario del motu proprio de Pío X, publicó la Constitución Apostólica Divini cultus, de 20 de diciembre de 1928, donde escribe “fideles conveniunt ut pietatem inde, tamquam ex praecipuo fonte, hauriant, veneranda Ecclesiae mysteria ac publicas sollemnesque preces actuose participando”, agregando en el núm. IX del mismo texto: “Quo autem actuosius fideles divinum cultum participent”. La traducción al castellano que se hizo del primero de dichos textos fue: “la participación activa en los sacrosantos misterios y en la oración solemne de la Iglesia”. Y la del segundo: “A fin de que los fieles tomen parte más activa en el culto divino”. En este caso, el adjetivo “actuosius” fue traducido como “más activo”. De nuevo, en las traducciones al italiano y demás lenguas modernas se procedió del mismo modo.
En su encíclica Mediator Dei, Pío XII aborda extensa y profundamente el tema de la participación del pueblo en la sagrada liturgia, sin dejar lugar a dudas sobre cuál es el verdadero sentido de la participación de los fieles en ella, es decir, una penetración cada vez más profunda en el espíritu sacrificial de la acción sagrada y el ofrecimiento espiritual de sí mismo por parte de cada cristiano que asiste al Santo Sacrificio, en unión lo más íntima posible con el sacrificio que Jesús ofrece de Sí Mismo por manos del sacerdote. En el horizonte de la mente del Papa está, finalmente, la actitud contemplativa, que es la cima de la actividad espiritual, la actividad espiritual más intensa, e insiste en los muy diversos medios que existen para acceder a ella, y que están a disposición de los fieles, además del misal individual.
En este breve análisis de las traducciones de estos textos papales, nos limitaremos aquí, en el caso de Pío XII, a señalar que, cuando éste se refiere a la “participación” de los fieles, lo hace continuando el uso de la misma expresión empleada por Pío X, como lo ilustra, entre otros muchos, el siguiente texto: “atque adeo christiana plebs Liturgiam tam actuose participet, ut haec reapse sacra actio fiat”. Ahora bien, este texto, siguiendo el hilo de incorrectas traducciones, que data desde Pío X, está vertido al castellano del siguiente modo: “y así el pueblo fiel participe tan activamente en la liturgia, que realmente sea una acción sagrada”.
Se puede apreciar que, de este modo, a lo largo de medio siglo, los traductores de los textos latinos han dado, mañosamente, en verter la expresión latina “actuose” por “activamente”. No sorprende, pues, que la Constitución Sacrosanctum Consilium sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano haya usado las mismas expresiones ya referidas, poniendo en práctica la estrategia de los modernistas del Mouvement Liturgique de no llamar la atención de la jerarquía con sus novedades.
En efecto, dicha Constitución dice lo siguiente: “Ideo sacris pastoribus advigilandum est ut in actione liturgica non solum observentur leges ad validam et licitam celebrationem, sed ut fideles scienter, actuose et fructuose eandem participent” (núm,. 11), lo cual está traducido, como era de esperarse, del siguiente modo: “sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente”.
Este juego de prestidigitación lingüística continúa en el resto de los lugares donde dicha Constitución habla de participación de los fieles: “Valde cupit Mater Ecclesia ut fideles universi ad plenam illam, consciam atque actuosam liturgicarum celebrationum participationem ducantur” (núm. 14) (“La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas”); “Quae totius populi plena et actuosa participatio, in instauranda et fovenda sacra Liturgia, summopere est attendenda” (núm. 14) (“hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo”); “Liturgicam institutionem necnon actuosam fidelium participationem, internam et externam”(núm. 19) (“Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa”); “eaque populus christianus, in quantum fieri potest, facile percipere atque plena, actuosa et communitatis propria celebratione participare possit” (núm. 21) (“el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria”); “cum frequentia et actuosa participatione fidelium” (núm. 27) (“con asistencia y participación activa de los fieles”); “Ad actuosam participationem promovendam, populi acclamationes, responsiones, psalmodia, antiphonae, cantica, necnon actiones seu gestus et corporis habitus foveantur” (núm. 30) (“Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales”); “in plenaria et actuosa participatione totius plebis” (núm. 41) (“la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios”); “sacram actionem conscie, pie et actuose participent” (núm. 48) (“participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada”); “atque pia et actuosa fidelium participatio facilior reddatur” (núm. 50) (“más fácil la piadosa y activa participación de los fieles”); “ratione habita normae primariae de conscia, actuosa et facili participatione fidelium” (núm. 79) (“la norma fundamental de la participación consciente, activa y fácil de los fieles); “populus actuose participet” (núm. 113) (“el pueblo participa activamente”); “universus fidelium coetus actuosam participationem sibi propriam praestare valeat, ad normam art. 28 et 30” (núm. 114) (“toda la comunidad de los fieles pueda aportar la participación activa que le corresponde, a tenor de los artículos 28 y 30”); “ad fidelium actuosam participationem obtinendam idoneae sint” (núm. 124) (“para conseguir la participación activa de los fieles”).
Por su parte, en el mismo período, es decir, la primera mitad del sigo XX, los experimentadores litúrgicos anteriores al Concilio Vaticano II, especialmente los pertenecientes al Mouvement Liturgique, todos los cuales, por lo general, procedieron en sus experimentos sin autorización de la jerarquía o a espaldas de ella, desarrollaron la idea de “actividad” de los fieles en el rito sagrado, concibiendo ésta principalmente de un modo exterior, como un conjunto de acciones físicas de los fieles, en reacción contra esa “somnolencia”, “mudez” y “pasividad” física que era, según decía Dom Botte -partícipe de dicho Mouvement-, la tónica de su presencia en la Misa.
El punto, naturalmente, es si tal modo de entender la participación de los fieles coincide con lo que los Papas, durante ese período, han entendido y expresado mediante el término “actuosus”, prolongando la doctrina católica.
El tema de la traducción defectuosa, sea por ignorancia o por algún motivo no declarado, es de máxima importancia. Quizá sería excesivo sospechar de intenciones ocultas en los traductores de Tra le sollicitudine, aunque en aquella época de lucha contra el modernismo ello no sea imposible como manifestación solapada de éste. Lo que ocurrió ya durante Pío XI y Pío XII, plantea, en cambio, dudas justificadas, considerando especialmente que el modernismo, lejos de desaparecer de la Iglesia después de la arremetida de Pío X, se había replegado, escondido y camuflado en los centros de estudio de la liturgia, como el citado Mouvement Liturgique. Es sabido que, por la vía de las traducciones, los modernistas, ya sin freno después del Concilio, incurrieron en gravísimas distorsiones. Como ilustración de esto, basta recordar lo que, al respecto, cuenta el P. Louis Bouyer: “En una de sus reuniones [de la Comisión Teológica Internacional] el P. Lubac aprovechó la ocasión para someter a la consideración de los miembros de lengua francesa una carta destinada al Papa [Pablo VI] que ponía en evidencia todos los disparates, evidentemente deliberados, existentes en la versión francesa de los nuevos libros litúrgicos, que había sido, no obstante, declarada conforme al texto latino auténtico por Bugnini […] Todos, impactados por el carácter escandaloso de esta manipulación, incluido el P. Congar, tan preocupado de no oponerse a lo que él llamaba “la renovación de la Iglesia”, firmaron este documento abrumador sin dudarlo un instante. Ocho días después, Bugnini era expulsado por el Papa […]”[2].
No hay motivos, pues, para creer inocente el agregado del adjetivo “activa” al texto antes citado de Pío X ni la traducción de “actuosa” por “activa” en los textos de los otros Papas mencionados y, especialmente en los textos de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia. En efecto, la idea de una “actividad” de los fieles laicos en el Santo Sacrificio no fue pensada por los modernistas sólo a fin de poner término a una “pasividad” negativa que los alejaba de los misterios sagrados, privándolos, supuestamente, de las gracias que ésos confieren, sino que como un paso práctico hacia la derogación teórica de la doctrina sobre la diferencia esencial entre el sacerdocio común de los fieles, que adquieren éstos por el bautismo, y el sacerdocio ministerial, que se adquiere por el sacramento del orden sagrado.
Recuérdese que, desde comienzos del siglo XX, coincidiendo con el inicio de su perversión respecto de la concepción inicial del Mouvement Liturgique, Dom Lambert Beauduin (1873-1960) y otros miembros de éste vincularon íntimamente la liturgia con el movimiento ecuménico, por lo que, como al final vino a quedar claro, al momento de llevarse a cabo la revisión ordenada por el Concilio Vaticano II, entre los objetivos que se habían propuesto los miembros de Consilium para dicha revisión estaba el de quitar de la liturgia de la Misa todo rastro ritual y, por ende, teológico que pudiera ofender la sensibilidad protestante, la cual en este punto, como se sabe, no reconoce la especificidad del sacerdocio ministerial conferido por el sacramento del orden sagrado[3]. Encargar a los laicos determinadas actividades y funciones en la Misa fue, pues, un modo de proclamar de modo práctico que ellos tienen derecho a realizarlas debido a un sacerdocio, cada vez más conceptualmente inespecífico, del que forman parte. Naturalmente, tal cosa es absolutamente ajena a la doctrina católica. Hay que puntualizar, con todo, que los noveles modos de actividad de los fieles laicos y las nuevas funciones que se les asignó fueron frecuentemente resultado más de los abusos litúrgicos que se iniciaron acabadas las tareas de Consilium, pero al amparo del clima que éste creó y fomentó.
Una sencilla revisión de cualquier diccionario latino nos revela que “actuosus” no significa “activo”, sino que conlleva la idea, más bien, de intensidad, vehemencia, profundidad, vivacidad en una determinada acción. La “actuositas” puede consistir en una experiencia interior profunda, vívida, honda, perfectamente compatible con una total falta de actividad corporal exterior. De hecho, la actividad específicamente humana, máximamente humana por tanto, es la de conocer intelectualmente, cuya culminación es, al cabo, la contemplación pura. Esta no requiere de movimientos corporales exteriores, porque, al contrario, como se sabe, suele realizarse de mejor modo en la más perfecta quietud, reposo y silencio. Es cierto que las acciones interiores de un ente corpóreo, como es el hombre, se manifiestan exteriormente de algún modo o en algún grado; pero la experiencia contemplativa, por ejemplo, difícilmente se expresará en acciones tales como leer la epístola desde el presbiterio sin estar autorizado para ello, o en trajinar por él llevando copones consagrados, o en distribuír la comunión sin ser clérigo de manos ungidas.
Una participación “actuosa” puede, pues, alcanzar el máximo de intensidad asequible al ser humano sin necesidad de desplazamiento físico, sin gesticulaciones ni gestos, sin decir ni hacer nada audible o visible. Y es a ésta a la que se han referido los pontífices antes mencionados cuando hablaron de “participatio” y de “participatio actuosa”. De ellos, quien más se ha extendido en este tema, abordándolo sistemáticamente, es Pío XII en su ya mencionada encíclica.
Parte diciendo el pontífice que “para que todos los pecadores se purifiquen en la sangre del Cordero, es necesaria su propia colaboración. Aunque Cristo, hablando en términos generales, haya reconciliado a todo el género humano con el Padre por medio de su muerte cruenta, quiso, sin embargo, que todos se acercasen y fuesen llevados a la cruz por medio de los sacramentos y por medio del sacrificio de la Eucaristía, para poder obtener los frutos de salvación por Él en la misma cruz ganados. Con esta participación actual y personal, de la misma manera que los miembros se asemejan cada día más a la Cabeza divina, así también la salvación que de la Cabeza viene, afluye en los miembros, de manera que cada uno de nosotros puede repetir las palabras de San Pablo: «Estoy clavado en la cruz juntamente con Cristo, y yo vivo, o más bien no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí»” (Mediator Dei, núm. 97).
Esa colaboración de que habla el Papa se materializa en el esfuerzo de cada uno por unirse al Santo Sacrificio: “Conviene, pues, venerables hermanos, que todos los fieles se den cuenta de que su principal deber y su mayor dignidad consiste en la participación en el sacrificio eucarístico; y eso, no con un espíritu pasivo y negligente, discurriendo y divagando por otras cosas, sino de un modo tan intenso y tan activo, que estrechísimamente se unan con el Sumo Sacerdote, según aquello del Apóstol: «Habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo»; y ofrezcan aquel sacrificio juntamente con Él y por Él, y con Él se ofrezcan también a sí mismos” (Mediator Dei, núm. 99).
Este ofrecimiento del sacrificio por parte de los fieles y este ofrecimiento de sí mismos es objeto de un análisis cuidadoso de Pío XII: “al poner el sacerdote sobre el altar la divina víctima, la ofrece a Dios Padre como una oblación a gloria de la Santísima Trinidad y para el bien de toda la Iglesia. En esta oblación, en sentido estricto, participan los fieles a su manera y bajo un doble aspecto; pues no sólo por manos del sacerdote, sino también en cierto modo juntamente con él, ofrecen el sacrificio; con la cual participación también la oblación del pueblo pertenece al culto litúrgico” (Mediator Dei, núm. 113). Inmediatamente el Papa aclara el sentido de este ofrecimiento por parte de los fieles, como si hubiera tenido presentes las tendencias protestantizantes, en lo relativo al sacerdocio cristiano, que comenzaban a aflorar en medios cercanos al Mouvement Liturgique: “Pero no se dice que el pueblo ofrezca juntamente con el sacerdote porque los miembros de la Iglesia realicen el rito litúrgico visible de la misma manera que el sacerdote, lo cual es propio exclusivamente del ministro destinado a ello por Dios, sino porque une sus votos de alabanza, de impetración, de expiación y de acción de gracias a los votos o intención del sacerdote, más aún, del mismo Sumo Sacerdote, para que sean ofrecidos a Dios Padre en la misma oblación de la víctima, incluso con el mismo rito externo del sacerdote” (Mediator Dei, núm. 115).
El Papa insiste especialmente en este punto, que posteriormente dio pie a tantos errores teológicos y abusos litúrgicos: “En estos casos se alega erróneamente el carácter social del sacrificio eucarístico” (Mediator Dei, núm. 118). Inmediatamente se sale al paso de las nuevas teorías teológicas que comenzaban a campear ya en aquella época, y aclara el papa: “de ningún modo se requiere que el pueblo ratifique lo que hace el ministro del altar” (Mediator Dei, núm. 118).
Con todo, el ofrecimiento que el fiel hace de sí mismo uniéndose a este sacrificio es presentado como algo que, en hondura y extensión, abarca a la vida entera, no limitándose a una vivencia restringida al momento en que se realiza la acción sagrada:
“120. Mas para que la oblación con la cual en este sacrificio los fieles ofrecen al Padre celestial la víctima divina alcance su pleno efecto, conviene añadir otra cosa: es preciso que se inmolen a sí mismos como hostias.
“121. Y ciertamente esta inmolación no se reduce sólo al sacrificio litúrgico, pues el Príncipe de los Apóstoles quiere que, puesto que somos edificados en Cristo como piedras vivas, podamos como «un orden de sacerdotes santos ofrecer víctimas espirituales que sean agradables a Dios por Jesucristo»; y el apóstol San Pablo, sin hacer ninguna distinción de tiempo, exhorta a los cristianos con estas palabras: «Os ruego... que le ofrezcáis vuestros cuerpos como una hostia viva, santa y agradable a sus ojos, que es el culto racional que debéis ofrecerle».
“122. Mas cuando sobre todo los fieles participan en la acción litúrgica con tan gran piedad y atención, que de ellos se puede decir en verdad: «cuya fe y devoción te es conocida» entonces no podrá menos de suceder sino que la fe de cada uno actúe más vivamente por medio de la caridad, que la piedad se fortalezca y arda, que todos y cada uno se consagren a procurar la divina gloria y que, ardientemente deseosos de asemejarse a Jesucristo, que sufrió tan acerbos dolores, se ofrezcan como hostia espiritual con el Sumo Sacerdote y por su medio”.
Y a fin de que quede clara la profundidad que se exige a la participación del fiel cristiano, añade el pontífice:
“Y casi del mismo modo, en los sagrados libros de la liturgia, se advierte a los cristianos que se acercan al altar para participar en el santo sacrificio: «Ofrézcase en este... altar el culto de la inocencia, inmólese la soberbia, sacrifíquese la ira, mortifíquese la lujuria y toda lascivia, ofrézcase en vez de incienso el sacrificio de la castidad, y en vez de pichones el sacrificio de la inocencia». Así pues, mientras estamos junto al altar hemos de transformar nuestra alma de manera que se extinga totalmente en ella todo lo que es pecado, e intensamente se fomente y robustezca cuanto engendra la vida eterna por medio de Jesucristo, de modo que nos hagamos, junto con la Hostia inmaculada, víctima aceptable al Eterno Padre” (núm. 123).
Es ésta la participación “actuosa”, es decir, intensa, profunda, viva, que se pide a los fieles, más que cualquier actividad exterior como el cantar o el desempeñar determinados encargos y movimientos y traslaciones dentro del templo. Vale la pena citar en extenso algunos otros párrafos de Mediator Dei en que el Papa desarrolla estas ideas:
“125. Todos los elementos de la liturgia conducen, pues, a que nuestra alma reproduzca en sí misma la imagen de nuestro divino Redentor, según aquello del Apóstol de las gentes: «Estoy clavado juntamente con Cristo en la cruz, y yo vivo, o más bien no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí». Por lo cual nos hacemos como una hostia, juntamente con Cristo, para aumentar la gloria del Eterno Padre.
“126. A eso, pues, los fieles deben dirigir y elevar sus almas al ofrecer la víctima divina en el sacrificio eucarístico. Pues si, como escribe San Agustín, nuestro misterio está puesto en la mesa del Señor, es decir, el mismo Cristo Señor nuestro en cuanto es Cabeza y símbolo de aquella unión por la cual nosotros somos el Cuerpo místico de Cristo y miembros de su Cuerpo; si San Roberto Belarmino, conforme a la mente de San Agustín, enseña que en el sacrificio del altar está significado el sacrificio general por el cual todo el Cuerpo místico de Cristo, es decir, todo el mundo redimido, es ofrecido a Dios por el gran Sacerdote, Cristo; nada puede pensarse más recto ni más justo que el inmolarnos también todos nosotros al Eterno Padre, juntamente con nuestra Cabeza, que por nosotros sufrió. Porque en el sacramento del altar, según el mismo San Agustín, se muestra a la Iglesia que en el sacrificio que ofrece, ella misma es ofrecida.
“127. Adviertan, pues, los fieles cristianos a qué dignidad los ha elevado el sagrado bautismo, y no se contenten con participar en el sacrificio eucarístico con aquella intención general que es propia de los miembros de Cristo y de los hijos de la Iglesia, sino que, unidos de la manera más espontánea e íntima que sea posible con el Sumo Sacerdote y con su ministro en la tierra, según el espíritu de la sagrada liturgia, se unan con El de un modo particular cuando se realiza la consagración de la Hostia divina, y la ofrezcan juntamente con El al pronunciarse aquellas solemnes palabras: «Por El, con El y en El, a ti, Dios Padre omnipotente, en unidad del Espíritu Santo, es dada toda honra y gloria por todos los siglos de los siglos»; a las cuales palabras el pueblo responde: «Amén». Y no se olviden los fieles cristianos de ofrecer, juntamente con su divina Cabeza clavada en la cruz, a sí propios, sus preocupaciones, sus dolores, angustias, miserias y necesidades”.
Ahora bien, para salir al encuentro de críticas como las que hace Dom Botte, que hemos citado anteriormente, el Papa escribe:
“128. Son, pues, muy dignos de alabanza los que, deseosos de que el pueblo cristiano participe más fácilmente y con mayor provecho en el sacrificio eucarístico, se esfuerzan en poner el «Misal Romano» en manos de los fieles, de modo que, en unión con el sacerdote, oren con él con sus mismas palabras y con los mismos sentimientos de la Iglesia; y del mismo modo son de alabar los que se afanan por que la liturgia, aun externamente, sea una acción sagrada, en la cual tomen realmente parte todos los presentes. Esto puede hacerse de muchas maneras, bien sea que todo el pueblo, según las normas de los sagrados ritos, responda ordenadamente a las palabras del sacerdote, o entone cánticos adaptados a las diversas partes del sacrificio, o haga entrambas cosas, o bien en las misas solemnes responda alternativamente a las preces del mismo ministro de Jesucristo y se una al cántico litúrgico”.
Pío XII, sin embargo, con auténtico espíritu “pastoral”, lleno de comprensión y pronto a rechazar exigencias de comportamiento externas uniformes por parte de los fieles, agrega, en un párrafo que, seguramente, ha de haber causado escozor entre los adeptos del Mouvement Liturgique, que se constituían en exigentes “peritos” y jueces de los asistentes a la Santa Misa:
“133. […] no pocos fieles cristianos son incapaces de usar el «Misal Romano», aunque esté traducido en lengua vulgar; y no todos están preparados para entender rectamente los ritos y las fórmulas litúrgicas. El talento, la índole y la mente de los hombres son tan diversos y tan desemejantes unos de otros, que no todos pueden sentirse igualmente movidos y guiados con las preces, los cánticos y las acciones sagradas realizadas en común. Además, las necesidades de las almas y sus preferencias no son iguales en todos, ni siempre perduran las mismas en una misma persona. ¿Quién, llevado de ese prejuicio, se atreverá a afirmar que todos esos cristianos no pueden participar en el sacrificio eucarístico y gozar de sus beneficios? Pueden, ciertamente, echar mano de otra manera, que a algunos les resulta más fácil: como, por ejemplo, meditando piadosamente los misterios de Jesucristo, o haciendo otros ejercicios de piedad, y rezando otras oraciones que, aunque diferentes de los sagrados ritos en la forma, sin embargo concuerdan con ellos por su misma naturaleza”.
Esto trae a la memoria los sardónicos comentarios de Dom Botte sobre el pueblo que “permanecía mudo y pasivo. Cada uno podía, a su antojo, recitar el rosario o zambullirse en Las más bellas oraciones de San Alfonso de Liguori o en la Imitación de Cristo”. Quizá esos cristianos “mudos y pasivos” se unían interiormente con una intensidad mucho mayor y más profunda al Santo Sacrificio que otros que se perdían en el misal buscando sin éxito, durante largos minutos, esta página o la otra. Esa participación, hecha de un modo espiritual e intenso, puede llegar a su culminación en la “comunión del augusto sacramento”.
Finalmente, y ante la insistencia de los miembros del Mouvement Liturgique en una participación exterior visible y audible de los fieles en la liturgia, el Papa declara:
“Pero todavía hay algo de mucho mayor importancia, venerables hermanos, que queremos recomendar con especial interés a vuestra diligencia y celo apostólico. Todo lo que se refiere al culto religioso externo tiene realmente su importancia; pero el alma de todo ello ha de ser que los cristianos vivan la vida de la liturgia, nutriendo y fomentando su inspiración sobrenatural” (núm. 242).
Así pues, Pío XII realiza una magistral exposición del sentido que tiene una “participatio actuosa”, que no se confunde para nada con esa “participación activa” que ha llegado a ser hoy el criterio de la participación de los fieles en la liturgia reformada, especialmente del Santo Sacrificio, para cuya realización se los somete a una regimentación de las posturas corporales como nunca se había dado antes en la Iglesia, se los “anima” mediante explicaciones extemporáneas, sobre la marcha, de los ritos, rompiendo con ello impertinentemente el clima sagrado de recogimiento que debe existir en la acción sagrada, y se les impone la realización de una serie de actividades y funciones que siempre fueron propias del clero ungido, comunicando con ello la sensación de que el pueblo es tan sacerdote, y al mismo título, que el celebrante. Y todo ello sin que el pueblo haya mejorado un ápice su adecuada comprensión de lo que es, en esencia, la Misa; por el contrario, se le ha inculcado la errónea idea protestante de que ella no es sino “la cena del Señor”, expresión prácticamente inexistente en los dos mil años de existencia de la Iglesia, la cual fue empleada por primera vez, con asiduidad, por Lutero.
[1] Botte, B., Le Mouvement Liturgique. Témoignage et souvenirs, París, Desclée et
Cie., 1973, p. 10.
[2] Bouyer, L., Mémoires, París, Editions du Cerf, 2014, pp. 203-204.
[3] Annibale Bugnini, quien dirigió el Consilium, haciendo de él lo que quiso según sus propios objetivos, declaró en una entrevista que la reforma litúrgica llevaba la impronta del “deseo de apartar cualquier piedra que pudiera constituir aunque fuera la mera sombra de un obstáculo o de un desagrado para los hermanos separados”. Citado por Petrucci, Pier Paolo, “Per non dimenticare”, Una Vox, enero de 2014, disponible aquí. El propio Pablo VI declaró en una oportunidad que “[a]l esfuerzo que se pide a los hermanos separados para que vuelvan a la unidad, debe corresponder el esfuerzo, por mortificante que nos resulte, de purificar a la Iglesia romana en sus ritos, para que se vuelva deseable y habitable”. Véase Guitton, J., Paolo VI segreto, Milán, San Paolo, 4a ed., 2004, p. 59.
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