Les ofrecemos hoy un artículo del Dr. Peter Kwasniewski sobre el motu proprio Spiritus Domini, dado el 11 de enero de 2021, por el cual el papa Francisco modifica el Código de Derecho Canónico para permitir que personas de sexo femenino puedan acceder a los ministerios laicales de lector y acólito, hasta ahora sólo reservados a varones (véase la entrada que dedicamos al reemplazo de las órdenes menores por los ministerios laicales). Cumple recordar que durante el pontificado de Juan Pablo II se había permitido, a través de distintos documentos, que las niñas pudieran desempeñarse en el servicio del altar como monaguillos, como quedó recogido finalmente en la Instrucción Redemptionis Sacramentum (núm. 47 y nota 122). La modificación incide entonces sólo sobre los ministerios instituidos, pues en la práctica ya existía la costumbre de que las lecturas de la Misa o el servicio del altar fuera cumplido por mujeres. En su día habíamos publicado una entrada respecto de la función de lector desempeñada por mujeres. Para el autor, este cambio demuestra que sólo hay un camino para volver al auténtico culto católico: la restauración cabal de la liturgia tradicional.
El artículo fue publicado en Life Site News y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan la versión original, salvo la última.
Correspondencia Romana ha publicado asimismo un interesante artículo sobre Spiritus Domini de autoría de Fabio Adernò, conocido por ser uno de los abogados más jóvenes del Tribunal Apostólico de la Rota Romana, cuya lectura recomendamos.
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La inclusión que el papa Francisco ha hecho de los “ministerios femeninos” es continuación de su esquema de rupturas
Peter Kwasniewski
No estoy entre aquéllos que dicen que, en el instante mismo en que Jorge Mario Bergoglio apareció en el balcón de San Pedro, se dieron cuenta de que nos esperaban tiempos terribles. Sin embargo, durante el primer año ya aparecieron pruebas de que los cardenales habían elegido a un modernista, a un propulsor de rupturas, de la teología de la liberación y del socialismo. Y a medida que avanzaron los años, se hizo cada vez más obvio que su pontificado iba a hacer propias las peores tendencias de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, sin apropiarse ninguna de las cualidades redentoras que éstos exhibieron.
La decisión del papa Francisco, con su motu proprio Spiritus Domini, de modificar el Derecho canónico, es para que los “ministerios” de lector y de acólito, abiertos ahora a las mujeres, calcen cómodamente en este esquema más amplio de ruptura con la Tradición católica. Mientras que anteriormente se permitía a las mujeres leer las lecturas y ayudar en el altar, el Derecho canónico permitía que sólo los varones (viri) fueran “instituidos”, de un modo permanente y estable, como lectores y acólitos. Se podría decir que se trata ahora de otro clavo que se pone a la tapa del ataúd del Novus Ordo, alejándolo todavía más del patrimonio cultual del rito latino.
Por más de 1700 años, la Iglesia de Roma reconoció la existencia de cuatro “órdenes menores” (portero, exorcista, acólito y lector) y de tres “órdenes mayores” (subdiácono, diácono y sacerdote). Todas estas funciones, o son propiamente litúrgicas, o tienen implicancias litúrgicas y estuvieron, por ello, reservadas a los varones. Pablo VI intentó abolir las órdenes menores y reemplazarlas por lo que denominó “ministerios” de acólito y de lector, pero, para mantener una apariencia de continuidad, los reservó también a los varones. En el fondo, el mismo tipo de desobediencia que condujo a la comunión en la mano condujo también a la rutina de usar mujeres y niñas como acólitos y lectores (por ejemplo, acólitos y lectores no oficialmente instituidos); Juan Pablo II, en uno de los peores actos de su pontificado, reconoció esta práctica como aceptable, aunque no exigida.
Así, aunque el motu proprio del papa Francisco pueda parecer un tecnicismo -y por cierto no ha de tener efecto alguno en todos aquellos lugares del mundo donde el presbiterio está ya invadido por mujeres-, representa, en los hechos, un cambio tectónico tanto en la teología como en la práctica litúrgica. Por primera vez, desde siempre, Francisco dice que la Iglesia católica debe instituir oficialmente a las mujeres como ministros litúrgicos, es decir, no en calidad de ministros substitutos, sino como simplemente ministros.
Aunque esta decisión no exige, desde el punto de vista lógico, abrirse a la existencia de diáconos o sacerdotes femeninos [véase lo dicho en esta entrada], sólo se la entiende, sin embargo, en el contexto del invasivo feminismo que ha hecho equivalente el valor de la mujer con su acceso a papeles tradicionalmente reservados sólo a los varones. En este sentido, la decisión sigue alimentando las llamas de un falso igualitarismo, que no dejará nunca de agitar en pro de la existencia de diaconisas y sacerdotisas. Además, esta decisión refleja un fracaso en la comprensión, en primer lugar, de por qué los ministerios han estado reservados a los varones, y de por qué la inclusión de mujeres en estas funciones es contraria a la verdadera naturaleza y estructura de la liturgia católica. Se ha discutido mucho estos puntos durante los últimos años, y yo lo he hecho también en varios artículos que cobran hoy nueva relevancia:
- ¿Debieran ser las mujeres lectoras en la Misa?
- Realismo encarnado y el sacerdocio católico.
- Una carta modelo sobre la restauración del servicio exclusivamente masculino del altar.
- El estatus de las órdenes menores y del subdiaconado [véase también las entradas publicadas en esta bitácora sobre las órdenes menores y las órdenes mayores].
[Véase asimismo el Position Paper 1 de la Federación Internacional Una Voce sobre el servicio de hombres y niños en el altar].
Leila Marie Lawler ha comentado en Facebook:
“Soy una dueña de casa. No soy una académica. Pero puedo leer. Ningún teólogo ni académico, que yo sepa (por favor, demuéstrenme que estoy equivocada), ha hecho ver, luego de leer Querida Amazonia, LO QUE ESTA NO DICE. Querida Amazonia no menciona a la familia y al irreemplazable papel de la mujer en ella, según lo que todas las reflexiones anteriores sobre la Iglesia en el mundo habían hecho. No menciona a las madres y su papel en la formación de los niños. No menciona a los padres como proveedores y protectores. Pero sí habla de las mujeres como una especie de agentes apostólicos paralelos que debieran ser reconocidas como tales. En otras palabras, habla -y bien claramente para quienes tienen oídos- de una nueva eclesiología en que los apóstoles tradicionales -varones que son sacerdotes- deben abrir paso a las mujeres en papeles apostólicos y trabajar con ellas y, a menudo, estar a sus órdenes. Es esta visión eclesiológica lo que está detrás de la carta del cardenal Ouellet sobre que hay que dar a las mujeres iguales papeles en los seminarios. Y está también detrás de la decisión, de que aquí informamos (el papa Francisco hace referencia a Querida Amazonia en su carta a la Congregación de la Defensa de la Fe), de incorporar al Derecho canónico el papel, ya corriente desde hace tiempo, de las mujeres como lectoras y de las niñas como acólitos (como siempre pasa con los progresistas, la práctica precede a la ley oficial)”.
Así que Querida Amazonia no fue en absoluto la carta anodina que demostraba que los ortodoxos debían pedir perdón por preocuparse por las tendencias destructivas del papa Francisco. De hecho, ella no fue más que otra cuña clavada en la fisura moderna que amenaza a la fortaleza de la Iglesia. Cuando las mujeres comiencen a pensar que su “dignidad bautismal” se juega en el presbiterio, quedará completo el trabajo de estos pastores corruptos. Aparte del egregio apartarse de la Tradición católica -algo que no es, aparentemente, problema en la mente de un papa que ya ha modificado el Catecismo de la Iglesia católica en cuestiones de no poca importancia-, es muy probable que surjan muchos problemas prácticos de este último cambio del Derecho canónico.
En los Estados Unidos, y en diversos lugares en el resto del mundo, hemos visto que hay un lento regreso a la costumbre del servicio del altar sólo por varones, lo que, incluso según Spiritus Domini, sigue siendo plenamente legítimo (no es una exigencia que las mujeres sean lectores, acólitos o ministros). Tener sólo varones en el presbiterio no es la práctica dominante, por cierto, pero ha demostrado una sorprendente tendencia a reestablecerse. Este nuevo motu proprio va a proporcionar instrumentos a los obispos y párrocos liberales para oponerse a ella.
De acuerdo con las normas litúrgicas que gobiernan el Novus Ordo, si está presente un lector o acólito instituido, él (o ella) debe obrar con preferencia a cualquier otra persona. Anteriormente la decisión de recurrir a mujeres como lectores o acólitos era atribución de cada sacerdote, pero el cambio de norma del papa Francisco podría usarse para “plantar” acólitos y lectores femeninos en las parroquias, de modo que haya que emplearlos, lo cual sería un modo muy efectivo de poner fin a los esfuerzos por restaurar la práctica tradicional.
Algunos católicos adeptos a la Misa tradicional se preguntan si este cambio de norma podría afectarlos. La respuesta es no, porque, al menos por el momento, la forma auténtica del rito romano se gobierna por normas propias, es decir, aquéllas que entraron en vigor en 1962 (y cada vez más por las costumbres anteriores a 1955). Por tanto, tal como es imposible introducir en la Misa tradicional la comunión en la mano y los “ministros extraordinarios de la eucaristía”, así también las normas sobre lectores y acólitos no pueden afectarla, ya que están pensadas sólo para el Novus Ordo.
Cuando dije más arriba que Pablo VI “intentó abolir las órdenes menores”, escogí cuidadosamente cada palabra: el hecho de que las órdenes menores siguen siendo conferidas en las comunidades sacerdotales y religiosas que usan el rito romano clásico nos dice que no han sido, de hecho, abolidas, tal como tampoco fue abolido el usus antiquior. En resumen: cada una de las dos “formas” del rito romano tiene su propia normativa específica, y nunca podrán mezclarse. Me parece muchísimo más posible que el papa Francisco o algún papa futuro pudiera intentar declarar del todo ilegal el usus antiquior, en vez de ordenar que las rúbricas y normas del Novus Ordo sean obedecidas en la celebración del rito antiguo (de nuevo, digo “intentar” porque sería imposible que un papa, por fulminante que fuera, pudiera declarar ilegal la liturgia inmemorial de la Iglesia de Roma).
Supuesta la actual decisión, los conservadores pueden ya irse despidiendo de su sueño de reestablecer la continuidad entre la inmemorial tradición litúrgica latina y el “el mundo feliz” del Novus Ordo. Francisco ha dado a entender -en realidad, yo diría que todos los papas después de la reforma han hecho lo mismo- que no les importa en absoluto dicha continuidad en y por sí misma, yendo a su raíz más profunda; a lo más, podría tolerarse unas pocas reminiscencias externas del pasado, para aquéllos “que gustan de esas cosas”. Pero aquí no se trata sólo de incienso y campanillas; de lo que se trata, y siempre ha sido así, es del vínculo inseparable entre la lex orandi y la lex credendi, entre el contenido de nuestro culto y el contenido de nuestra fe.
Gracias, papa Francisco, por recordarnos una vez más que lo que nos hace falta no es una “hermenéutica de la continuidad”, siempre a merced de intrépidos hermeneutas, sino sencillamente la realidad de la Tradición, que es lo que Ud. y todos los modernistas desprecian.
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