viernes, 19 de mayo de 2017

Acerca de la esencia y la institución del Santo Sacrifico de la Misa

En esta y algunas entradas próximas queremos ofrecer a nuestros lectores una explicación breve sobre la enseñanza de la Iglesia en torno a la Santa Misa y la Eucaristía. Para este fin nos serviremos del Catecismo de San Pío X. La razón es que este sencillo catecismo, publicado originalmente en italiano en 1905 (aunque su texto proviene del Congreso Catequístico Nacional celebrado en Piacenza en 1889), adopta el clásico método dialógico para exponer a través de preguntas y respuestas lo esencial de la doctrina católica, fortaleciendo así un conocimiento teológico básico para todos los católicos, sin importar su edad o formación. Por eso, este catecismo emplea un lenguaje claro y conciso, que demostró ser mucho más adecuado para la formación del pueblo cristiano que el Catecismo Romano mandado a componer por orden del Concilio de Trento. 

En una entrevista concedida en 2003, el Cardenal Joseph Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, señaló que el Catecismo de San Pío X "conservaba siempre su valor" y "tenía como características la simplicidad de exposición y la profundidad de contenidos", sobre todo porque comportaba "un texto fruto de la experiencia catequística personal de Giuseppe Sarto [San Pío X]"En 2005, ya como Benedicto XVI presentó el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que ofrece "una síntesis fiel y segura" del Catecismo de 1992. Este texto, también redactado sobre la base de preguntas y respuestas, quiere ser "una especie de vademécum, a través del cual las personas, creyentes o no, pueden abarcar con una sola mirada de conjunto el panorama completo de la fe católica". 

Como glosa a las preguntas y respuestas tomadas del Catecismo de San Pío X, hemos añadido (en rojo) algunos puntos del Catecismo de la Iglesia Católica (CCE) que desarrollan la doctrina ahí expuesta. 

 Edición italiana (1913) del Catecismo de la Doctrina Cristiana de San Pío X

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652. ¿Es la Eucaristía solamente sacramento? 

La Eucaristía, además de sacramento, es también el sacrificio perenne de la nueva ley dejado por Jesucristo a su Iglesia para ser ofrecido a Dios por mano de los sacerdotes.

"Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (SC 47) [CCE 1323].

653.- ¿En qué consiste en general el sacrificio? 

El sacrificio en general consiste en ofrecer una cosa sensible a Dios y destruirla de alguna manera en reconocimiento de su supremo dominio sobre nosotros y sobre todas las cosas.

654.- ¿Cómo se llama este sacrificio de la nueva ley? 

Este sacrificio de la nueva ley se llama la santa Misa.

Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles ("missio") a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana [CCE 1332].

655.- ¿Qué es, pues, la santa Misa? 

La santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y de vino en memoria del sacrificio de la Cruz.

Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa, "sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116, 13.17), sacrificio espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza [CCE 1330].

 Página ológrafa del Catecismo, redactada por San Pío X


656.- ¿Es el sacrificio de la Misa el mismo de la Cruz? 

El sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz, en cuanto el mismo Jesucristo que se ofreció en la Cruz es el que se ofrece por manos de los sacerdotes, sus ministros, sobre nuestros altares; mas, cuanto al modo con que se ofrece, el sacrificio de la Misa difiere del sacrificio de la Cruz, si bien guarda con éste la más íntima relación.

El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: "La víctima es una y  la misma. El mismo el que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, el que se ofreció a sí mismo en la cruz, y solo es diferente el modo de ofrecer" (Concilio de Trento: DS 1743). "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento"; […] este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibíd) [CCE 1367].

657.- ¿Qué diferencia y relación hay, por consiguiente, entre el sacrificio de la Misa y el de la Cruz? 

Entre el sacrificio de al Misa y el de la Cruz hay esta diferencia y relación: que en la Cruz, Jesucristo se ofreció derramando su sangre y mereciendo por nosotros, mientras en nuestros altares se sacrifica Él mismo sin derramamiento de sangre y nos aplica los frutos de su pasión y muerte.

Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos [...] para remisión de los pecados" (Mt 26,28) [CCE 1365].

658.- ¿Qué otra relación guarda el sacrificio de la Misa con el de la Cruz? 

La otra relación que guarda el sacrificio de la Misa con el de la Cruz es que el sacrificio de la Misa representa de un modo sensible el derramamiento de la sangre de Jesucristo en la Cruz; porque, en virtud de las palabras de la consagración, se hace presente bajo las especies del pan sólo el Cuerpo, y bajo las especies del vino sólo la Sangre de nuestro Redentor; si bien, por natural concomitancia y por la unión hipostática, está presente bajo cada una de las especies Jesucristo vivo y verdadero.

Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que Él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: así Cristo se hace real y misteriosamente presente [CCE 1357].

659. ¿Es el sacrificio de la Cruz el único sacrificio de la nueva ley? 

El sacrificio de la Cruz es el único sacrificio de la nueva ley, en cuanto por él aplacó el Señor la divina justicia, adquirió todos los merecimientos necesarios para salvarnos, y así consumó de su parte nuestra redención. Más estos merecimientos nos los aplica por los medios instituidos por Él en la Iglesia, entre los cuales está el santo sacrificio de la Misa.

Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico [CCE 1410].

"El Santo Padre Pío P.P. X en el más solemne momento de su unión íntima con Dios"


Crédito de las imágenes: 1 y 2, Wikimedia Commons; 3, Exsurge Domine.

miércoles, 17 de mayo de 2017

El postfacio de Benedicto XVI a "La fuerza del silencio" del cardenal Sarah

Les ofrecemos a continuación la traducción, hasta donde sabemos primicia en español, de un ensayo escrito por Benedicto XVI como un postfacio para el libro del Cardenal Robert Sarah La Force du silence. Contre la dictature du bruit (2016), traducido al español con el título de La fuerza del silencio. Frente a la dictadura del ruido (Madrid, Palabra, 2017), publicado en inglés por Ignatius Press (The Power of Silence. Against the Dictatorship of Noise), y que aparecerá publicado en la nueva edición que se haga de éste. 

Este texto es de extraordinaria importancia por cuanto constituye una de las pocas instancias en que Benedicto XVI rompe su autoimpuesto silencio. Y lo hace precisamente para hablar de la liturgia, que fue una de las grandes preocupaciones de su pontificado. Pero, además, tiene un significado que no puede pasar inadvertido: al elogiar al Cardenal Sarah por su contribución a la liturgia, la cual le ha valido últimamente una serie de censuras apenas disimulables por parte de altas autoridades vaticanas, Benedicto XVI lo toma, por así decirlo, bajo su protección y lo acoraza contra eventuales futuros ataques, al menos en el futuro inmediato, por cuanto es difícil pensar que alguien en el Vaticano intentará desautorizar la voz del papa emérito, que casi no se hace oír, salvo cuando se trata de asuntos de tanta magnitud como el presente. 

El texto apareció originalmente en First Things y ha sido traducido por la Redacción. 

 S.S. Benedicto XVI firma una copia de su encíclica Caritas in Veritate (2009)

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Con el Cardenal Sarah, la liturgia está en buenas manos

Benedicto XVI

Desde que leí las cartas de San Ignacio de Antioquía por primera vez, hacia 1950, hay un pasaje que me impresionó especialmente: “Es mejor guardar silencio y [ser cristiano], que hablar y no serlo. Enseñar es una obra excelente, supuesto que quien habla practique lo que enseña. Hay un Maestro que habló y obró lo que dijo. Y aun lo que obró en silencio es digno del Padre. Quien en verdad ha hecho suyas las palabras de Jesús puede, también, oír su silencio, y llegar a ser perfecto, y obrar mediante sus palabras y ser conocido mediante su silencio” (15, 1f). ¿Qué significa oír el silencio de Jesús y conocerlo a través de su silencio? Sabemos por los Evangelios que a menudo Jesús pasó las noches en soledad, “en el monte”, orando, conversando con su Padre. Sabemos que su hablar, que sus palabras vienen del silencio y sólo ahí pueden madurar. Por ello es razonable que su palabra sólo puede ser comprendida si, nosotros también, entramos en su silencio y aprendemos a oírlas de su silencio.
Ciertamente, para interpretar las palabras de Jesús hace falta un conocimiento histórico, que nos enseña a comprender su tiempo y el lenguaje de su tiempo. Pero eso solo no es suficiente si hemos de comprender en profundidad el mensaje del Señor. Quien lee hoy los comentarios, cada vez más abultados, de los Evangelios, al cabo se desilusionará. Porque aprenderá muchas cosas que son útiles acerca de aquellos tiempos y una cantidad de hipótesis que, en último término, no contribuyen en absolutamente nada a la comprensión del texto. Al final, se tiene la sensación de que, en todo exceso de palabras, hay algo que falta: entrar en el silencio de Jesús, del cual brota su propia palabra. Si no podemos entrar en ese silencio, oiremos siempre sólo la superficie de la palabra, y no la comprenderemos realmente. 

Todos estos pensamientos me vinieron al espíritu mientras leía el nuevo libro del Cardenal Sarah, quien nos enseña el silencio: estar en silencio con Jesús, en verdadera quietud interior, enseñándonos de este modo a captar nuevamente la palabra del Señor. Por cierto, apenas habla sobre sí mismo, pero aquí y allá hay destellos de su vida interior. Su respuesta a la pregunta de Nicolas Diat “¿Ha pensado a veces en su vida que las palabras se estaban volviendo obstáculos, demasiado pesadas, demasiado ruidosas?”, es la siguiente: “En mi oración y en mi vida interior siempre he sentido la necesidad de un silencio mayor, más profundo... Los días de soledad, de silencio y de ayuno total han sido un enorme apoyo. Han sido una gracia extraordinaria, una lenta purificación, y un encuentro personal con… Dios… Los días de soledad, silencio y ayuno, alimentados solamente por la Palabra de Dios, permiten al hombre fundar su vida en lo esencial”. Estas líneas hacen visible el manantial del cual vive el Cardenal y que da fuerza interior a su palabra. Desde esa perspectiva puede, entonces, ver los peligros que amenazan continuamente a la vida espiritual, también la de los obispos y sacerdotes, y que ponen además en riesgo a la propia Iglesia, en la que no es infrecuente que la Palabra sea reemplazada por una verbosidad que diluye la grandeza de la Palabra. Quisiera citar sólo una frase que puede servir de examen de conciencia para cualquier obispo: “Puede ocurrir que un sacerdote bueno y piadoso, una vez elevado a la dignidad episcopal, cae rápidamente en la mediocridad y en la preocupación por el éxito mundano. Abrumado por el peso de los deberes que le corresponden, preocupado por su poder, su autoridad y por las necesidades materiales de su cargo, rápidamente pierde su vigor”.

S.E.R. el Cardenal Sarah durante una visita al monasterio de Solesmes
(Foto: Watershed CC

El Cardenal Sarah es un maestro espiritual, que habla desde la profundidad del silencio con el Señor, desde su unión interior con Él, y por eso tiene en verdad algo que decirnos a cada uno de nosotros.

Debiéramos agradecer al Papa Francisco por nombrar a tal maestro espiritual como cabeza de la congregación responsable por la celebración de la liturgia en la Iglesia. También en la liturgia ocurre, como en el caso de la interpretación de la Sagrada Escritura, que hacen falta conocimientos especializados. Pero también es cierto que, en la liturgia, la especialización puede errar el punto esencial a menos que esté fundada en una unión interior profunda con la Iglesia orante, que una y otra vez aprende de nuevo del Señor mismo qué es adorar. Con el Cardenal Sarah, maestro del silencio y de la oración interior, la liturgia está en buenas manos.  


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Actualización [18 de mayo de 2017]: Hoy el sitio Religión en libertad ha publicado una traducción propia del postfacio del cardenal Sarah que ayer ofrecíamos a nuestros lectores. Con algunos comentarios propios, el sitio Secretum meum mihi ha difundido nuestra traducción. Agradecemos ese gesto. 

domingo, 14 de mayo de 2017

Algunas objeciones contra la Misa tradicional

Son comunes las objeciones contra la Misa tradicional, las que siempre suelen compararla con la Misa reformada, que se juzga más cercana y participativa. Fuera de que el concepto de participación activa no es solamente externo, estas objeciones carecen de profundidad teológica y espiritual o bien pecan de historicismo, como si la pureza ritual estuviese por volver a unas supuestas fuentes (no siempre fácilmente contrastables por falta de registros) despreciando la evolución orgánica de casi dos milenios. 

En una entrada publicada por Religión en libertad en 2010, Marcelo Gómez se hacía cargo de manera sencilla y clara de los diez reparos más usuales que se hacen a la Misa tradicional. Les ofrecemos ahora, con algunos ajustes de redacción, ese texto. 

 (Foto: Father Wooley)

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Diez objeciones a la Misa tradicional 

Marcelo Gómez

Tan grande es la confusión y falta de conocimiento sobre la Misa tradicional que hemos querido resumir en 10 puntos las objeciones más habituales que se oyen entre la gente. Nuestra esperanza es contribuir a la aclaración de ciertos puntos. Pero si los lectores solicitan otras puntualizaciones, estamos a disposición, lo mismo que abiertos a las correcciones de los doctos en el tema.

1) Fue abolida por el Concilio Vaticano II / el papa Pablo VI.

Primero, la liturgia tradicional del rito romano vigente durante 15 siglos no podría haber sido abolida. Tampoco había caído en desuso, porque era el rito más común de la Iglesia latina hasta 1969, dado que los otros están muy vinculados con tradiciones particulares de ciertas regiones. Esto lo acaba de confirmar nuevamente el Papa Benedicto XVI en su motu proprio Summorum Pontificum [2007].

Segundo, la Bula Quo Primum Tempore [1570], de San Pío V que canoniza la codificación del rito, la autoriza a perpetuidad. Así pues, en el número XII de sus prescripciones dice: "Así pues, que absolutamente a ninguno de los hombres le sea lícito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición. Más si alguien de atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo".

2) Fue una reforma del Concilio de Trento y del papa Pío V, equivalente al Vaticano II y al papa Pablo VI.

En sentido propio no fue una “reforma”, sino el ordenamiento y la codificación de la tradición litúrgica del rito romano. No se impuso por la fuerza y sólo se prohibieron los ritos particulares con menos de 200 años de antigüedad que abundaban bajo el nombre de “galicanos”.

El Concilio Vaticano II nunca mandó abolir el rito romano. En la práctica posconciliar se “fabricó un rito nuevo” y la iniciativa, tolerada por el Papa Pablo VI, es verdad, de realizar una prohibición “de facto” nació especialmente del celo antitradicional de Mons. Bugnini. Esta iniciativa tan a contrapelo de la tradición litúrgica motivó muchas objeciones, entre las que destaca el trabajo crítico de los Cardenales Bacci y Ottaviani.

Ya desde un principio el propio Papa Pablo VI vio la necesidad de escuchar el reclamo de los fieles católicos que pedían no se proscribiera de hecho la Misa tradicional y también de aclarar muchos errores litúrgicos a los que dicha reforma dio pie.

3) Es una liturgia muy europea, poco apta para misionar o para los pueblos del “tercer mundo”. Es una liturgia restringida a la mentalidad occidental latina.

El rito romano es el más amplio, ecléctico y tradicional de todos los que están en uso en la Santa Iglesia Universal. Ha tomado elementos de todas las tradiciones litúrgicas, por lo cual es la más antigua, la más universal y, además, la propia de la Sede universal petrina. Conserva formas de la liturgia griega en esta lengua o en latín, el riquísimo aporte de los salmos del Antiguo Testamento, tanto en el misal como en el oficio divino y el ritual sacramental. Inclusive muchos términos hebreos, como aleluya, amén, sabaoth, hosanna, y otros propios del leccionario.

Por otro lado, merced a la intensa labor misionera en América, Asia y África, es la más difundida en todo el mundo, donde ha sido aceptada sin resistencia.

4) El latín es incomprensible y aleja a los fieles de la celebración.

El latín es la lengua madre del castellano, francés, rumano, portugués, catalán, italiano, y tiene una fuerte influencia en el inglés y el alemán. Es una lengua con la que todos estamos familiarizados, y usamos muchas veces su léxico creyendo utilizar términos en inglés (super, index, lexicon, & (et), curricula, comfort, media, etcétera).

Los misales para fieles, además de ser extraordinarios instrumentos de devoción, hacen imposible que una persona medianamente instruida tenga dificultad para entender los textos de la ceremonia, o su sentido, puesto que las rúbricas no sólo son claras, sino que son estables, no cambian a gusto del celebrante.

Tanto la homilía como las lecturas de la Epístola y el Evangelio se realizan ritualmente en latín y luego se traducen a la lengua vernácula para los que no quieran usar misal.

Usualmente se edita una hoja volante con el propio de cada domingo (Introito, Colecta, Epístola, Gradual, Evangelio, Ofertorio, Comunión, Secreta y Poscomunión) en los lugares donde actualmente se celebra la Misa tridentina. Con una carilla el fiel puede tener a la mano lo que cambia domingo a domingo (el propio). En cambio, las partes fijas (el ordinario) rápidamente se aprenden de memoria, precisamente porque son “fijas”. Niños de primera comunión saben estas partes rezadas y hasta cantadas por haberlas oído rezar o cantar, casi sin ningún esfuerzo.

Finalmente, si aleja a los fieles, hemos de remitirnos a los hechos. Las comunidades de Misa tradicional crecen a un ritmo muy superior a la media de las de Misa nueva. No por nada el Papa [Benedicto XVI] la apoya con tanta insistencia su restauración.

5) En la Misa tridentina no se puede “participar”.

Primero hay que tener en claro de qué forma puede participar un seglar en la liturgia, conforme a las normas litúrgicas tradicionales.

Fuera del servicio de los laicos varones como monaguillos o la participación en la schola cantorum (coro), los seglares no intervienen en la ceremonia litúrgica. Participan de los diálogos litúrgicos con el sacerdote, las oraciones, las procesiones, el canto, la comunión… No parece poco. Queda claro que el sacerdocio que habilita a celebrar, leer o predicar es el ministerial y, por lo tanto, quienes no formen parte del clero –y según el grado de las órdenes recibidas- no “protagonizan” la liturgia.

Los fieles no administran la comunión, no la reciben en la mano (la Madre Teresa de Calcuta decía que el mayor mal de estos tiempos era recibir la comunión en la mano…). Van a Misa a adorar, pedir perdón, ofrecer espiritualmente la oblación junto con el sacerdote, a recibir sacramentalmente a Nuestro Señor Jesucristo, pedir gracias, sufragar con sus oraciones las almas del Purgatorio, pedir por los vivos, conmemorar al Papa y al obispo. En definitiva, van a adorar a Dios, santificarse y rezar por la santificación de los fieles y de los que no lo son.

 Misa tradicional en la catedral de San Patricio, Nueva York (EE.UU.)

6) Se descuida la enseñanza y el adoctrinamiento de los fieles, quitándole importancia a la "liturgia de la palabra".

La Misa no tiene por función adoctrinar a los fieles. Sólo una parte de ella se dedica a esto, hoy llamada “liturgia de la palabra” siguiendo la terminología de la nueva teología litúrgica. En el rito tradicional, esa parte se denomina “Misa de los catecúmenos”, es decir, de los que están siendo adoctrinados para recibir el bautismo.

No es posible olvidar la propedéutica litúrgica: primero el sacerdote reza oraciones al pie del altar. Principalmente salmos penitenciales, disponiendo el ánimo a la contrición del alma para poder celebrar los sagrados misterios. Recién cuando se ha hecho este acto penitencial, sube el celebrante al altar. La misma disposición deben guardar los fieles. Luego del último acto de contrición (rezo o canto en griego del Kyrie (Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison), tres veces cada frase alternando con los fieles, comienza la parte dirigida principalmente a la instrucción en la doctrina, o parte docente propiamente dicha. Ahí están las lecturas y la homilía. Luego se reza la confesión de Fe, el Credo, y se da comienzo el ofertorio, o Misa propiamente dicha. Esta parte se dirige a nuestra Fe, convocándonos a la adoración del misterio.

La Iglesia nos invita a disponernos con humildad a la celebración, luego nos instruye, nos invita a confesar la fe y finalmente a contemplar y adorar el misterio de la Eucaristía. Muchísimos gestos y oraciones tienen por función implorar a Dios que sea propicio y aceptable, por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo y de sus santos, este ofrecimiento.

De modo que no se descuida la doctrina, sino que se gradúa según la importancia que tiene en el acto sacrificial. Otras actividades extralitúrgicas se dedican especialmente a la doctrina. Sin embargo, no perdamos de vista el carácter intrínsecamente didáctico de la liturgia que resume el antiguo apotegma: la ley de la oración es la ley de la fe (lex orandi, lex credendi). Eso que rezamos nos instruye en la Fe porque es lo que creemos.

7) El sacerdote desprecia a la asamblea, da la espalda a los fieles, realiza toda la ceremonia en el presbiterio.

El sacerdote se “orienta”, es decir, mira al oriente, hacia el Monte Calvario (como los musulmanes miran a La Meca, centro espiritual de su religión). Normalmente la Misa debe celebrarse sobre un altar (no una mesa) “orientado”. Este debe ser preferiblemente de piedra y, en caso que no pueda hacerse, al menos tener el ara o piedra de altar, lugar sobre la cual se realiza la consagración. Esta piedra está tiene dentro reliquias de santos mártires. Los altares son consagrados, porque simbolizan el cuerpo de Cristo. Por eso se los besa, se los incienza y se lo adorna y reverencia. Cuando el Santísimo está en el sagrario, se hace una genuflexión al pasar frente a él. Pero aún cuando no lo está, se hace una reverencia profunda ante el altar, porque es un lugar sagrado.

En medio del altar está el Sagrario, lugar de reserva de la Sagrada Eucaristía para su adoración y administración a los fieles. Es el Sancta Sanctorum, que viene de la tradición hebrea, el lugar donde sólo tiene acceso el sacerdote. En la liturgia oriental esta reserva es mucho mayor, llegando a cerrar el altar detrás de puertas (iconostasio) que únicamente se abren durante la consagración.

Por el costado derecho del altar (lado del Evangelio) una lámpara votiva que se alimenta de aceite arde en honor a Cristo y señala su presencia. Cuando el sagrario está cerrado y las sagradas formas no están expuestas, debe realizarse una genuflexión simple al pasar frente a él. Cuando está expuesto, ambas rodillas se doblan y se hace una reverencia profunda. Por eso también se persigna el católico al pasar frente a una iglesia, para dar señal de reverencia a Cristo sacramentado.

El altar está como mínimo a tres gradas sobre el nivel de los fieles, simbolizando el Gólgota y, a la vez, la jerarquía del cuerpo místico cuya Cabeza es Cristo mismo. Al altar sigue el presbiterio, es decir, el lugar de los clérigos o de los consagrados al servicio del altar. Durante la liturgia, salvo el servicio de los varones laicos como monaguillos, ningún otro seglar tiene función alguna.

De modo que los fieles no son los protagonistas puesto que no se trata de una conferencia, o reunión social, sino de un rito de adoración celebrado por el sacerdote, que es otro Cristo, pontífice entre Dios y los hombres. Pero en la “Misa de los catecúmenos” o cuando el rito impone saludar, bendecir, absolver, o dirigirse a los asistentes por medio de una homilía, etcétera, el sacerdote mira al pueblo fiel. La liturgia es una escuela de cortesía, jamás se dirige el sacerdote a los fieles sin mirarlos.

8) Las mujeres se ven forzadas a usar un velo en señal de sumisión.

El uso del velo en el templo es mandato apostólico de San Pablo a la mujer. El Apóstol de las gentes, que ha atestiguado muchas tradiciones litúrgicas, dice en su Epístola primera a los Corintios: “Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza del varón como el varón es la cabeza de la mujer y Dios lo es de Cristo. […] Por lo tanto, debe la mujer traer sobre la cabeza la divisa de la sujeción a la potestad, por respeto a los santos ángeles” (I Cor, 11, 4 y 10). Esta divisa es un velo, que en la tradición hispana ha dado lugar a la creación de magníficas mantillas, muy apreciadas por su belleza y arte. De hecho, la tradición se mantiene en los trajes de bodas de las novias.

9) Sólo se puede comulgar de rodillas y en la boca, no de pie ni en la mano.

Recordemos que en el Santísimo Sacramento está realmente presente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Hay presencia real, verdadera y sustancial. 

El modo de recibir la comunión es variable según los ritos. El romano tradicional lo ha establecido de rodillas, bajo la especie del pan (ácimo) en forma de delgada lámina para minimizar el riesgo de que las partículas caigan y a fin de que se facilite la manducación.

Por ese mismo motivo el sacerdote que ha consagrado mantiene los dedos índice y pulgar de la mano derecha juntos hasta la purificación posterior a la comunión de los fieles: para evitar que partículas de la forma consagrada caigan. Y por eso se coloca una patena o bandeja bajo el mentón del fiel al comulgar, a fin de recoger las partículas, en cada una de las cuales está entero el sacramento.

La comunión en la mano fue impuesta por la fuerza y luego indultada para Holanda por Pablo VI, donde se comenzó la práctica ilegal. Finalmente, de un modo irregular se impuso en muchos lugares donde no era ni requerida ni practicada. Hoy, curiosamente, en numerosas iglesias “prohíben” comulgar de rodillas y en la boca, cuando ésto es lo que manda y recomienda la Iglesia.

10) No se concelebra, desdeñando un signo de unidad y caridad entre el clero y los gestos de amor fraterno. Los sacerdotes celebran Misas privadas sin fieles.

En el rito tradicional no se concelebra salvo en las ordenaciones presbiteriales o en las consagraciones episcopales. Cuando dos o más sacerdotes concelebran, sólo se celebra una Misa. La concelebración reduce el número de Misas, las que, sean ya privadas o públicas, siempre tienen un valor infinito. ¿Hay mayor caridad que ofrecer el Santo Sacrificio? ¿Para que pide el Señor obreros en su mies, sino principalmente para ofrecer el Santo Sacrificio?

El monaguillo que sirve el altar representa al pueblo fiel. En la Misa privada, el diálogo ocurre entre el sacerdote y el pueblo, significado por ese monaguillo. Los fieles siempre están presentes de un modo espiritual.

 Sacerdote ofrece la Misa en un altar lateral asistido por un monje en el monasterio de Clearcreek, Oklahoma (EE.UU.)
(Foto: Vestal Morons)

Hay infinidad de signos rituales de caridad que se observan dentro de la sobriedad del rito. Por ejemplo, el saludo de paz, que viene de la tradición hebrea, se significa con una reverencia en que se juntan la cabezas de los clérigos mientras acercan sus manos a los hombros del saludado. El que comienza la ceremonia es el celebrante (no mero presidente) quien recibe la paz de Cristo mismo, a quien representa y en cuyo nombre la hace descender jerárquicamente a su diácono, subdiácono y clero y fieles.

Por el contrario, los usos del rito moderno nos privan de muchas gracias: las bendiciones que los sacerdotes reiteradamente dirigen al pueblo durante la ceremonia. El “asperges” de las Misas solemnes, donde el celebrante asperja con agua bendita a los fieles y al clero. La doble absolución (no sacramental) del sacerdote a los fieles después del sendos actos de contrición. La solemne bendición final. Las oraciones indulgenciadas (preces leoninas) que siguen a la Misa cuando estas son rezadas.

jueves, 11 de mayo de 2017

Aurelio Porfiri: servir a Dios en la liturgia con todas mis fuerzas

El sitio Paix Liturgique publicó en su carta 582, aparecida el 14 de febrero de 2017, una entrevista al músico italiano Aurelio Porfiri (véase aquí su sitio web), donde alude al servicio a Dios que presta con la música litúrgica. Como suele ocurrir, después de la entrevista viene un comentario de Paix Liturgique respecto de sus dichos. El original en francés de la carta puede verse aquí. La traducción es de la Redacción. 

 Aurelio Porfiri
(Foto: CC Watershed)


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Entrevista con Aurelio Porfiri:

“Servir a Dios en la liturgia con todas mis fuerzas”

Con ocasión de la conferencia de prensa con que se anunció en Roma los 10 años del motu proprio Summorum Pontificum, el Coetus Internationalis Summorum Pontificum informó que había encargado la creación de una obra musical original para la misa pontifical que se celebrará en San Pedro el sábado 16 de septiembre de 2017, a las 11 horas. Esta iniciativa, inusual en el panorama de la música sagrada moderna, constituye un testimonio de que la liturgia romana tradicional es una fuente de inspiración inagotable.

Para saber más de esta histórica iniciativa, hemos entrevistado al maestro Aurelio Porfiri, quien compondrá y dirigirá esta obra en honor del motu proprio del papa Benedicto XVI.


I. Nuestra entrevista con el maestro Porfiri.


1) ¿Cómo nació su vocación musical?

Yo era un niño muy pequeño cuando, en una galería comercial, vi un órgano electrónico, de ésos comunes en la década de 1980. Y lo puse en primer lugar en mi lista de regalos para la Navidad. Y mis padres accedieron. Todo comenzó con ese regalo y con la pasión que me llevaba a pasar horas y horas al teclado, o en el armonio de la parroquia, tratando de descubrir nuevas melodías, nuevos acordes, nuevas creaciones.

2) ¿Cuál ha sido su itinerario artístico y profesional?

Estudié órgano, composición y dirección de coros. Después de mi diploma en el conservatorio, trabajé en numerosas iglesias y basílicas romanas, como Santa María en Trastevere, San Crisógono, Santa Susana y otras más. Fui también organista reemplazante en San Pedro durante muchos años, hasta 2008, año de mi partida a China. De 2008 a 2015 viví y trabajé en Macao, un período que me marcó profundamente. De vuelta en Roma en 2015, en mi barrio natal del Trastevere, me he consagrado desde entonces a algunos proyectos que me son queridos, trátese de composiciones, de artículos, de libros, etc.

3) ¿Cómo llegó a la música sagrada?

Creo que se trata de una verdadera vocación. Yo pertenecía a una parroquia en que se tocaba las cancioncitas de los últimos decenios, y sentía que tenía necesidad de algo más profundo, de un alimento más sustancioso. Yendo de un encuentro a otro, aprovechando las oportunidades que se presentaban, tuve mis primeras experiencias de música sagrada, y ahí comenzó todo.

4) Además de ser músico, Ud. es autor de una cantidad de artículos y libros y editor de diversos textos litúrgicos, teológicos y espirituales. De hecho, Ud. ha lanzado hace poco una revista de liturgia on line, cuyo número 2 acaba de aparecer: ¿podría hacernos una presentación de ella?

Altare Dei, que es su título, quiere constituirse en un puente entre los mundos católicos europeo y anglosajón. La revista se puede bajar en PDF y ofrece las contribuciones de algunos reconocidos especialistas en liturgia, música sagrada y cultura católica. Además, trae en cada número un suplemento musical con las partituras de algunas piezas de música sagrada de compositores contemporáneos. Se la puede comprar en el sitio Choralife.

5) En 2015 Riccardo Muti se quejaba de las cancioncitas de la Misa y hacía votos por el regreso “al gran patrimonio musical cristiano”: según Ud., ¿puede la forma extraordinaria ayudar a la restauración del canto litúrgico en las celebraciones de la forma ordinaria?

Podría hacerlo si la sinergia querida por Benedicto XVI existiera realmente. Pero seamos honrados y realistas: esa sinergia no existe. Todavía existen dos Iglesias, como fue el caso antes de Summorum Pontificum: una Iglesia que, de modo gramsciano, ha tomado el control de los resortes del poder; y otra que sigue resistiendo, con mayor o menor éxito…

6) Este año se cumplen 10 años del motu proprio Summorum Pontificum que Ud. acaba de citar. El enriquecimiento mutuo a que llamaba Benedicto XVI ¿es deseable y posible en el campo musical?

Así lo espero y creo mucho en él. Pero, ay, las resistencias son fuertes y numerosas, en todas partes. Algunos espíritus están tan cerrados que es difícil conciliar ciertas posiciones. Pero estoy convencido de la gran justeza de la intuición de Benedicto XVI.

7) El 16 de septiembre de 2017 Ud. va a dirigir en la basílica de San Pedro en Roma la Misa de la celebración oficial del décimo aniversario del motu proprio. Incluso Ud. está trabajando en la composición de una Misa original para esa ocasión, cosa rara en nuestros días, sea que se trate de una u otra forma del rito romano. Nosotros vemos en esta iniciativa la prueba de la eterna juventud de la liturgia tradicional. ¿Es ése el caso?

Sí lo es, Ud. no se equivoca. Nova et vetera: ciertamente se trata de la eterna juventud de la Tradición que, todavía hoy, nos habla y nos invita a sacar de nuestros baúles lo antiguo que sirve de modelo a lo nuevo, y lo nuevo que hace revivir lo antiguo. Es un desafío difícil el que se me ha propuesto, y sé que me costará mucho satisfacer a todos los observadores. Pero poco importa si, en los hechos, logro ser artísticamente honesto y servir a Dios en la liturgia con todas mis fuerzas.

 El Maestro Porfiri al órgano
(Foto: captura desde Youtube)


II. Las reflexiones de Paix Liturgique.

1) Desde febrero de 2016, estamos felices de que nuestra edición italiana ofrezca a sus lectores una serie de artículos firmados por el maestro Porfiri sobre el tema de las relaciones entre la música sagrada y la liturgia. En estos artículos, Aurelio Porfiri ofrece, a la luz de la constitución conciliar sobre la sagrada liturgia, una reflexión argumentada que se apoya en el rico magisterio musical de los Papas del siglo XX, en particular el motu proprio Tra le sollicitudine de San Pío X, de noviembre de 1903, la constitución apostólica Divini Cultus Sanctitatem de Pío XI de noviembre de 1928, y la encíclica Musica Sacrae Disciplinae de Pío XII de diciembre de 1955. Hasta ahora, Porfiri ha abordado los temas de la participación, de la solemnidad, del enriquecimiento del repertorio, de la distinción fundamental entre canto religioso y canto litúrgico y de su lamentable confusión desde la reforma litúrgica, de las antífonas, y el próximo artículo se referirá al papel misionero de la música sagrada.

2) Los dos primeros números de Altare Dei, la revista dirigida por el maestro Porfiri, reúnen a autores que figuran en el panorama litúrgico actual, como el profesor Fegerberg, de la Universidad de Notre-Dame, quien ha escrito sobre la teología de la liturgia, o el profesor Kwasniewski, promotor infatigable de la forma extraordinaria del rito romano. Desde la vertiente musical, Monseñor Miserachs Grau, director desde hace 40 años de la capilla Liberiana de la basílica de Santa María la Mayor y el padre Friel, joven organista y compositor de la diócesis de Filadelfia, acompañan a Aurelio Porfiri. Además de los artículos de fondo, la revista propone encuentros como el de Mons. Marchetto, historiador del Concilio de tendencia “hermenéutica de la continuidad”, y testimonios como el del compositor Colin Mawby. En fin –y ello parece ser la gran originalidad de Altare Dei, según nos dicen los especialistas en música sagrada- cada número trae un cuaderno de 5 a 7 partituras de música sagrada contemporánea. ¡Al precio de 6 euros el ejemplar, es ciertamente un regalo tan útil como asequible para el organista de una iglesia!

3) En sus respuestas a nuestras preguntas 5 y 6, Aurelio Porfiri deja entrever un cierto pesimismo. Más allá de la sensibilidad del artista, reconocemos que este estado de ánimo es, ay, el que tienen numerosos católicos que viven en Roma, tanto eclesiásticos como laicos. El pontificado de Benedicto XVI ha suscitado, en efecto, un gran entusiasmo entre los partidarios de la forma ordinaria, que su dimisión, seguida del arribo del Papa Francisco, poco interesado en las cosas litúrgicas, ha transformado en decepción. Fortalecidos por la experiencia del destino reservado a la liturgia tradicional a lo largo de los últimos 50 años, no podemos menos que animar a nuestros hermanos “ordinarios”, heridos por la brutal detención de la reforma de la reforma -como lo ilustra tristemente la suerte que ha corrido el llamado del cardenal Sarah a celebrar ad orientem- a que no se desmoralicen por los vientos contrarios. En efecto, y aunque el tiempo de Dios no es el mismo que el de los hombres, cuando éstos se aplican con paciencia y constancia a obrar ad majorem Dei gloriam, el Señor termina siempre por conceder a sus almas entristecidas el consuelo de que tienen tanta necesidad.

4) “Se habla de una via pulchritudinis, una vía de la belleza que constituye, al mismo tiempo un camino artístico, estético y un itinerario de la fe, de búsqueda teológica”, explicaba Benedicto XVI ante 263 artistas contemporáneo reunidos en la Capilla Sixtina el 21 de noviembre de 2009. Y seguía con una cita de Simone Weil: “En todo aquello que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de la belleza, está realmente la presencia de Dios. Es casi una encarnación de Dios en el mundo, de la cual la belleza es el signo. La belleza es la prueba experimental de que la encarnación es posible. He ahí el porqué de que todo arte de primer orden sea, por esencia, religioso”. En 2015, cuando ya era Papa emérito, Benedicto XVI confidenciaba que él aplicaba esto especialmente a la música sagrada: “La música sagrada occidental es para mí la demostración de la verdad del cristianismo. No es necesario ejecutarla siempre y en todas partes, pero sería doloroso hacerla desaparecer totalmente de la liturgia. Su presencia permite una participación especial en las celebraciones y en el misterio de la fe” (discurso en Castelgandolfo de 4 de julio de 2015). 

 Luigi Mussini (1813-1888), Música sacra

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Actualización [28 de octubre de 2019]: La bitácora de Schola Veritatis alojada en Infocatólica ha publicado la traducción de una carta de Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) que expone la guerra del demonio contra la belleza sacral del canto litúrgico. Su lectura es muy recomendable en estos tiempos, en que se quiere atacar nuevamente la liturgia mediante la creación de un rito amazónico del que dábamos cuenta en otra actualización (véase aquí). Aunque cueste hay que recuperar la belleza en la liturgia, cualquiera sea su dimensión, incluido en la Misa reformada. 

martes, 9 de mayo de 2017

El capítulo 14 de Resurgent in the Midst of Crisis (I)

El Dr. Peter Kwasniewski, asiduo de esta bitácora, publicó en 2014 el libro intitulado Resurgent in the Midst of Crisis. Sacred Liturgy, the Traditional Latin Mass, and Renewall in the Church, donde recopila diversos artículos anteriores sobre la liturgia de siempre. La traducción al español de este libro fue hecha por el Prof. Augusto Merino Medina y ella se encuentra pronta a aparecer, patrocinada por nuestra Asociación. 

Como anticipo, y contando con la autorización del autor, les ofrecemos el capítulo 14 de esta obra, donde se aborda la triple amnesia que sufrió la Iglesia después del Concilio Vaticano II, dejando de lado la sagrada liturgia, la doctrina social y el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. Dado su extensión, hemos dividido este capítulo en dos entradas (véase aquí la segunda). 

 El autor

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Capítulo 14

La triple amnesia: sagrada liturgia, doctrina social y Santo Tomás

Desde hace bastante tiempo he venido elaborando esta idea, que al comienzo me pareció fantasiosa, pero que, a medida que fui ponderando las pruebas, ganó en plausibilidad. La cuestión consiste en indagar cuál es el factor que, más que ningún otro, es causa del desorden y parálisis que reina en la Iglesia católica. Mi conclusión fue que, luego del Concilio, tuvo lugar una triple amnesia -para decirlo suavemente-  que le dio una forma bien específica a la rebelión:

1. La atenuación o negación de la liturgia tradicional.

2. El descuido de la doctrina social considerada en su integridad.

3. El rechazo de Santo Tomás de Aquino como Maestro Común.

No es en absoluto evidente que estas tres cosas estén conectadas, por lo que el peso de la prueba, o sea, el mostrar cómo se vinculan, recae sobre mí.

Si mi análisis es correcto, él ha de conducir a una receta exacta para curar la enfermedad. La amnesia se cura cuando uno vuelve a introducirse en la vida que tuvo en el pasado, a fin de recobrar la memoria mediante una experiencia vital. O, para cambiar de metáfora, cuando el problema es el hambre, no hay sustituto alguno para la comida y bebida. Lo que argumentaré aquí es que la comida y la bebida que necesitamos desesperadamente es la sagrada liturgia en toda su sacralidad, la doctrina social de la Iglesia en toda su amplitud y audacia, y el magisterio del Doctor Angélico en toda su extensión y profundidad. Una verdadera y cordial adhesión a la Tradición se expresa en reverencia por los Padres y Doctores de la Iglesia, epitomizados en Santo Tomás; en reverencia por la liturgia con que ellos oraron y que nos dejaron como legado, y en reverencia por el tipo de sociedad cristiana que ellos aspiraron a construir. Suprímase cualquiera de estas tres, y desaparecen las demás.



Áreas de autodestrucción

Comenzaré señalando tres áreas de simultánea autodestrucción.

Primero, el desmantelamiento del patrimonio litúrgico latino. Se ignoró aquí las advertencias de Pío XII en sus encíclicas Mediator Dei (1947) y Humani Generis (1950)[1]. Se ignoró también, en general, el noble canto de alabanza a la cultura y la liturgia latinas del Papa Juan XXIII en Veterum Sapientia (1962)[2]. A continuación, el Papa Pablo VI permitió que el Consilium mutilara el rito romano y causara estragos en la liturgia inmemorial de la Iglesia, que había alimentado a todos sus santos y sus teólogos.  Esto fue un profundo golpe para los medios de santificación de los fieles y para la fuente de inspiración de la teología. ¿Puede acaso sorprender, entonces, que en ausencia de una liturgia capaz de moldear la mente y la imaginación, nos encontremos enfrentados, en los niveles más altos de la intelectualidad católica, ya sea a una estéril pedantería, ya sea a sistemas de pensamiento salvajes y personalistas, que una sólida vida de devoción hubiera matado en el huevo?

Exactamente en el mismo momento en que tenía lugar esta revolución litúrgica, la verdad plena de la realeza del Señor –enunciada claramente en Quas Primas (1925) de Pío XI y en innumerables otros documentos de la Santa Sede- era desplazada silenciosamente como, por ejemplo, cuando se suprimió varios versos del himno Te Saeculorum Principem[3], o cuando el Vaticano presionó para que se alterara varias Constituciones políticas nacionales y Concordatos, de modo que el catolicismo ya no fuera la religión oficial de ciertos países y se pusiera por obra con ello –así se dijo- las enseñanzas de Dignitatis Humanae[4]. El Papa Juan Pablo II escribió una carta al episcopado francés declarando que la separación de la Iglesia y del Estado en Francia no sólo no era objetable, ¡sino que era parte de la enseñanza social católica! Y esto, en una carta que conmemoraba la Ley de Separación de 1905, que Pío X juzgó fundada en una tesis “absolutamente falsa, en un pernicioso error”[5]. Seamos francos, incluso si los francos no lo son: la realeza soberana de Cristo, tanto sobre los individuos como sobre las naciones y en el orden de la naturaleza no menos que en el de la gracia, es negada casi por todos desde el Concilio, ya sea porque simplemente se la olvida, tal como se podría olvidar la mecedora de la abuela en la buhardilla, ya sea porque se la repudia como una reliquia excéntrica de una ignorante Edad Media. La realeza del Señor resulta así acotada y espiritualizada hasta el punto de irrelevancia, como si Jesucristo no hubiera venido para cambiar radicalmente nuestras vidas y nuestro mundo.

Finalmente, despreciando las instrucciones de Juan XXIII, de Pablo VI y del propio Concilio Vaticano II, se ha olvidado casi del todo a Santo Tomás de Aquino o, más bien, se lo ha arrinconado por ciertas escuelas cuyos profesores no podrían exhibir ni siquiera un átomo de la sabiduría del Doctor Angélico, ni de sus conocimientos, ni de su santidad. Lo que es peor, se ha permitido el descarte de su doctrina. En la confusión posconciliar, el Vaticano no hizo ningún esfuerzo serio para asegurarse de que los seminarios y otros institutos de educación superior siguieran efectivamente las enérgicas recomendaciones de la teología y filosofía tomistas contenidas en los decretos de todos los Papas modernos y confirmadas por el Concilio. Y esto, a pesar de lo que Juan Pablo II había declarado en 1980: "Las palabras del Concilio son claras: los Padres [conciliares] vieron que es fundamental, para la adecuada formación del clero y la juventud cristiana, que se preserve un contacto estrecho con el patrimonio cultural del pasado y, en particular, con el pensamiento de Santo Tomás, y que esto, a largo plazo, es una condición necesaria para la tan ansiada renovación de la Iglesia"[6].

Se ha puesto de moda decir que los Papas no tuvieron jamás la intención de exaltar la doctrina tomista, sino sólo de mostrar a Santo Tomás como un ejemplo de teólogo santo, que puso a Dios en primer lugar en su vida. Aparte de ser esto una lectura absolutamente falsa de lo dicho por los Papas, su misma superficialidad revela su falsedad: hay cantidad de santos que fueron teólogos santos; a Santo Tomás se lo recomienda por razones totalmente diferentes de su santidad.

En suma, los gobernantes terrenos de la Iglesia latina repudiaron, o permitieron que fuera repudiado, mucho de lo más sagrado, eficaz y sabio de la vida de la Iglesia: el rito romano clásico de la Misa, con su rica ornamentación musical y ritual; la doctrina social católica en su integridad, y también las estructuras que todavía la encarnaban en algunas naciones católicas; y el teólogo más importante de la Iglesia y su centenaria sabiduría. Estos tres bienes, tan fundamentales para la vida de la Iglesia y para el cumplimiento de su misión de venerar a Cristo y predicar su Evangelio –los bienes del culto y los sacramentos, de la conversión de la cultura, y del conocimiento humano ordenado a la contemplación divina- fueron traicionados. La Iglesia se dio la mano con el triunfante liberalismo protestante, se prosternó delante del becerro de oro de la democracia, y quemó incienso a los emperadores de la intelectualidad actual.

Esto es lo que los príncipes de la Iglesia permitieron, sin importarles lo que el Concilio dice. El Concilio dice que la liturgia es, en este mundo, el encuentro más elevado, más sagrado y más misterioso entre Dios y el hombre. Lo que tenemos ahora, en cambio, gracias al nuevo misal y a cuarenta años de fláccida descentralización, no es ni elevado ni sagrado ni misterioso, sino todo lo contrario. El Concilio dice: que el laicado sea la levadura en la masa, la sal de la tierra; es decir, que lo sea la política de los antiguos cristianos que crearon el Sagrado Imperio Romano. Lo que tenemos ahora, gracias al dialoguismo de la Congregaciones Romanas y a la tolerancia papal, es un “laicado empoderado” que distribuye la Sagrada Comunión y vota por políticos pro-aborto. El Concilio dice: que los seminaristas sean educados rigurosamente, tomando como guía a Santo Tomás. Lo que vemos ahora en general, si tenemos la suerte de vivir en una diócesis donde todavía hay vocaciones, es una cantidad de sacerdotes que no conocen ni siquiera el Catecismo y cuya sabiduría pastoral puede resumirse en un “haz lo que te parezca correcto”. ¿Y hay todavía algunos que hablan de una renovación, de una segunda primavera en la Iglesia? Esto suena como si los judíos cautivos en Babilonia se hubieran dedicado a discutir acerca del programa de sacrificios que habría de realizarse en el templo la semana siguiente. Hubo un Año Jubilar en 2000, con tres años de preparación dedicados al misterio de la Trinidad. ¡Cuán noble y bien programado! Pero tenemos una Iglesia en que la gran mayoría sería incapaz de responder a la pregunta “¿Qué es la Trinidad?” sin relapsar en el más crudo arrianismo, o modalismo, o en alguna versión, en estilo “dibujos animados”, del gnosticismo (“la Trinidad es una familia llena de amor, según el modelo de padre, madre e hijo”).

 Benozzo Gozzoli, El triunfo sobre Averroes de Santo Tomás de Aquino, Doctor Communis, entre Aristóteles y Platón (detalle, 1471, Museo del Louvre)

Muchos y profundos vínculos

Tenemos que ver ahora las conexiones intrínsecas entre estos tres bienes, liturgia, doctrina social y tomismo, porque los vínculos son muchos y profundos.

La teología exige un contexto o escenario litúrgico. Es decir, la reflexión sobre la fe exige una vida de fe orante, inflamada, tanto intelectual como afectivamente, por los misterios de la liturgia[7]. La liturgia tradicional posee la luz y el calor que se requiere para inflamar un amor extático. Así pues, se puede concluir que la verdadera teología –verdadera tanto en el sentido de ser doctrinalmente ortodoxa como en el sentido de alimentar auténticamente, evangélicamente- sólo florece en una atmósfera convenientemente litúrgica.  La sabiduría tomista y la liturgia tradicional se elevan -y caen- juntas: la sabiduría profundamente afectiva que se encuentra en los escritos de un teólogo preconciliar como Garrigou-Lagrange surge de –y adquiere sentido en relación con- la vida de oración plena y fervorosa que han vivido tanto Santo Tomás como el propio P. Garrigou-Lagrange y demás santos, hombres y mujeres, gracias al inagotable tesoro de belleza y sabiduría que se conserva y comunica por la liturgia tradicional de la Iglesia, por el Oficio Divino y la Misa.

Aunque la expresión “liturgia tradicional” se refiere aquí, con propiedad, a la liturgia romana clásica, creo importante no excluir del todo el rito romano moderno, celebrado de un modo solemne, digno, bello y reverente[8]. Una comunidad que celebrara el nuevo Ordo Missae en latín, ad orientem, con canto gregoriano, incienso y ornamentos apropiados, sería, a pesar de todos los defectos de ese misal, una comunidad en que podría florecer una auténtica teología, de la cual podría luego surgir una visión política y una correcta forma de actividad social. No hay nada que se oponga más a la mentalidad liberal de Occidente que el redescubrimiento de la sagrada liturgia y la renovación del amor a ella. No sorprende encontrar, en las mismas personas, una combinación de modernismo social[9] y de modernismo litúrgico, ni sorprende tampoco que el motu proprio del Papa Benedicto XVI sobre las dos “formas” del rito romano haya sido tan violentamente atacado por quienes son partidarios del “espíritu del Vaticano II”. 

Pero  existe otra conexión más. Tanto la liturgia como la teología son dos actos públicos, debido a lo cual son actos políticos, que no existen en el aislamiento, sino en el contexto de una sociedad, de un Estado, de una cultura. Quítesele al niño sus envolturas sociales, su pesebre cultural, su establo político, y quedará desnudo, tiritando en el suelo, expuesto a los rigores del invierno. Un niño en esas condiciones morirá. Del mismo modo, una liturgia expuesta al frío y al oscuro secularismo de la modernidad será, primero, invadida por ésta, volviéndose ella misma cada vez más fría y oscura, y, luego de una lenta agonía, terminará por sucumbir a ella. Un mundo sin gobiernos bien constituidos y sin gobernantes que procuren el bien común, es un mundo que instintivamente, de mil modos, sutiles o explícitos, socavará la liturgia o, más bien, el modo litúrgico de vivir. Y junto con socavarlo, socavará también la ciencia de la sagrada doctrina y el contemplativo saborear lo Divino, y el sufrimiento que lo Divino conlleva, formadores ambos y guías de la teología. Destrúyase el Estado católico y la cultura, y se destruirá la atmósfera litúrgica de la vida. Efectuado esto, se marginalizará y paralizará los poderes de la liturgia, se destruirá eficazmente el contexto más significativo en que puede florecer la teología, que se enraíza profundamente en la tradición viva, llena de una mística piedad abierta a la trascendencia del misterio de Dios. En Santo Tomás y su escuela se encontrará, más que en ninguna otra parte, una tendencia coherente y profunda hacia la total integración de estos elementos de tradición, ciencia y piedad, junto con la convicción de que deben ser traducidos a esa realidad indicada por el término “Cristiandad”, y encarnados en ella.

La teología, como disciplina, tiene un carácter científico, si entendemos “ciencia” tal como lo hicieron los antiguos y los medievales: conocimiento de principios objetivamente cognoscibles y de las conclusiones que de ellos derivan, en su orden y dependencia propios[10]. Esta ardua disciplina es el reflejo, en el ámbito del espíritu, de la sociedad civil bien constituida, que es el orden más evidente y formativo que pueden encontrar los seres humanos: un ordenamiento de ciudadanos en vistas de su princeps (gobernante). La polis o comunidad política es, en esencia, la imagen de la Iglesia, no su antagonista por naturaleza; es sólo en la medida en que el hombre es un ser caído que la polis, neciamente, hace la guerra a la Iglesia. La Tradición es el dominio de la liturgia en la medida en que refleja el corazón de la Iglesia: fidelidad, reverencia, gratitud, amorosa visión de su propio pasado. Pero la Tradición sólo puede sobrevivir en una sociedad tradicional, en una sociedad que respete su propio patrimonio. El Estado y la cultura son los guardianes laicos de la Sagrada Tradición y de las virtudes naturales en que, al menos en parte, se basa la vida institucional de la Iglesia. Si se puede definir la teología como una ciencia tradicional enraizada en la experiencia litúrgica y ordenada a una piadosa sabiduría, entonces el Estado y su cultura pueden ser definidos como ese marco específico de condiciones naturales y de virtudes en que esta ciencia y su forma interna, la sagrada liturgia, pueden florecer. Se podría objetar a esta idea que la Fe misma, cuando se la vive con suficiente intensidad, crea una cultura y una sociedad católicas y, eventualmente, un Estado católico[11]. Pero cuando se la vive débilmente y se la expresa de modo ambivalente, se la configura como una imagen servil de la cultura, de la sociedad y del Estado en que reside, hasta que se funde con ellos para todos los efectos prácticos.

La interconexión entre sagrada liturgia, teología tomista y orden social católico no solamente no es accidental, sino que es esencial. Los tres viven y mueren juntos, y si bien no lo hacen siempre al mismo tiempo o del mismo modo, en general, tarde o temprano sus profundas conexiones se hacen evidentes en su mutuo florecimiento y su mutua decadencia. No sorprende que en la Alta Edad Media, la liturgia, la teología y la cultura política, a pesar de las fallas que jamás los hombres pecadores pueden evitar totalmente, hayan alcanzado cumbres inimaginables de perfección. Piénsese solamente en la catedral de Chartres, las procesiones del Corpus Christi, los autos sagrados y morales, la Summa Theologiae o la realeza de San Luis IX. Ni debiera sorprendernos tampoco que en los tiempos modernos la liturgia, la teología y la cultura política hayan caído, todas ellas, en una banalidad sin precedentes, en la bancarrota, en la blasfemia.

En todas las escuelas católicas con las que he tenido relación, he notado un hecho impactante: quien no adhiere simultáneamente a estas tres cosas de modo fiel e integral, no puede, al cabo, adherir ni siquiera a una sola de ellas. Cuando alguien trata de ser fiel a Santo Tomás pero rechaza o descuida la doctrina social (que se resume en la frase “la realeza de Cristo”) o la liturgia tradicional, comienza por truncarse, o eventualmente corromperse, su tomismo. Esto se puede ver en los muchos estadounidenses que adhieren a Santo Tomás y quieren ser fieles a su maestro, pero que, al abrazar el liberalismo político, terminan simplemente abandonando la visión tomista de la realidad social y, de modo más preocupante, toda la doctrina social de la Iglesia. Se ha desarrollado una especie de gangrena, aunque puede pasar algún tiempo antes de que ésta aflore con alguna opinión decididamente perversa. Del mismo modo, quien quiere ser “tradicional” pero mira en menos o desprecia a Santo Tomás, no podrá evitar contaminar y, quizá, socavar la filosofía y la teología tradicionales, y una vez que faltan esos fundamentos, todo está perdido, incluso la encarnación social de Cristo en la cultura y la sociedad cristianas.

 Icono oriental representando a Cristo en su triple oficio de Rey, Profeta y Sumo Sacerdote



[1] Mediator Dei está llena de respuestas a los errores que recién comenzaban a surgir y que hoy se han repartido por todas partes, por ejemplo, el uso extensivo del vernáculo (núm. 60), un “arqueologismo exagerado y sin sentido” que aspiraba a reemplazar los altares por mesas, a excluir el negro como color litúrgico, a retirar las estatuas y otras imágenes, o a desechar la polifonía (núm. 61-64); una mala comprensión del sacerdocio de los fieles (núm. 82-84), etcétera. Aún más evidente que el disenso con la Mediator Dei fue el disenso con la Humani Generis, con su enseñanza sobre los orígenes de la raza humana, la verdadera distinción entre naturaleza y gracia, etcétera, como también con sus aclaraciones sobre la inherente autoridad de las encíclicas papales cuando el Papa quiere, con ellas, resolver una cuestión disputada (cfr. núm. 20).

[2] La mayoría de la gente no ha oído siquiera hablar de esta Constitución Apostólica, que fue promulgada en la víspera del Concilio Vaticano II en una ceremonia de estudiada solemnidad, cuyo solo propósito fue reafirmar la centralidad de la lengua latina en los oficios litúrgicos y en el sistema educacional de la Iglesia católica. El documento hace una revisión de las opiniones recientes en favor de descentralizar el latín, y las rechaza inequívocamente. Aunque hay en el documento muchas cosas de orden disciplinario y, por tanto, sujetas a cambios, él presenta, con todo, una argumentación doctrinal en favor de la primacía del latín, especialmente en el culto y en la instrucción teológica. La Constitución, en todo caso, no ha sido jamás abrogada, aunque casi en ninguna parte se respetan sus prescripciones.

[3] Veáse Davies, M., The Second Vatican Council and Religious Liberty (Long Prairie, MN, Neumann Press, 1992), pp. 243-251, especialmente pp. 246-248.

[4] Por cierto, algún tipo de separación es solicitada por León XIII y todos los Papas anteriores, es decir, la Iglesia y el Estado tienen sus propios ámbitos que no deben confundirse. Pero la contrapartida de esta enseñanza es que el ámbito y la autoridad de la Iglesia tienen precedencia sobre los del Estado, y éste está obligado a socorrer a la primera en cuanto lo permitan las circunstancias. Uno cosa sería admitir que el Estado moderno no está en posición de cumplir con este noble papel, pero es algo totalmente diferente decir que el Estado no tiene nada que ver con la Iglesia, ni le debe nada: esta es una independencia que conduce, en último término, a la exaltación de la soberanía secular y a la supresión de la debida visibilidad y primacía de la Iglesia.

[5] Encíclica Vehementer Nos (11 de febrero de 1906), núm. 3.

[6] “Perennial Philosophy of St. Thomas for the Youth of Our Times”, Angelicum 57 (1980), p. 139.

[7] Véase Berger, D., Thomas Aquinas and the Liturgy, trad. de Christopher Grosz (Ypsilanti, MI: Sapientia Press, 2004).

[8] Me viene a la memoria un notable ejemplo: las Misas de la forma ordinaria celebradas en conjunto con el Sacred Music Colloquium de la Church Music Association of America.

[9] Véase Pío XI, Encíclica Quadragesimo Anno, núm. 60-61.

[10] La ciencia, en este sentido antiguo del término, es deductiva en el método, y procede desde principios aprehendidos por experiencia o recibidos de una ciencia más elevada. No es ciencia en el sentido de un conjunto de hipótesis puestas a prueba por experimentos ad-hoc.

[11] Para una exposición de esta verdad, véase mi “Conversion of Culture”, Homiletic & Pastoral Review 107/9 (j2007): 26-31, 46-47.