El orden sagrado es el sacramento que da la potestad de ejercitar los sagrados misterios que miran al culto de Dios y la salvación de las almas, e imprime en el alma del que lo recibe el carácter de ministro de Dios. Precisamente se llama orden porque consiste en varios grados, subordinado el uno al otro, de los cuales resulta una jerarquía (véase aquí y aquí las entradas dedicadas las órdenes sagradas). El supremo de esos grados es el episcopado, que encierra la plenitud del sacerdocio; después sigue el presbiterado, luego el diaconado y, finalmente, el subdiaconado y las órdenes menores (ostiario, lector, exorcista y acólito). Desde el punto de vista sacramental, el Papa tiene la plenitud del orden sagrado por su consagración episcopal; de ahí que el elegido para el pontificado que ya ostenta el carácter episcopal, obtiene la potestad plena y suprema sobre la Iglesia desde el momento mismo de su aceptación o, en caso contrario, conjuntamente con su consagración episcopal (canon 332, § 1 CIC). Sin embargo, él es el sucesor de San Pedro en la Cátedra de Roma, por lo que es cabeza visible de la Iglesia como Vicario de Cristo, y goza de una potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia y que puede siempre ejercer libremente (canon 331 CIC).
En esencia, el sacerdocio consiste en que el varón que ha recibido este sacramento es capaz de actuar y de hablar como sólo Jesús puede hacerlo, puesto que participa del nuevo y eterno sacerdocio de Cristo, recibido una vez y para siempre. Por eso, el sacerdote habla en primera persona cuando realiza la acción propia de cada sacramento, porque es consciente de que la gracia de cada uno de ellos procede de Cristo y es Éste quien actúa. Pues bien, es ese poder recibido de Cristo el que les permite realizar los ritos sagrados y ceremonias de la Iglesia, el cual se significa mediante el empleo de ornamentos e insignias sagradas para mostrar que el modo de comportarse ha de ser otro porque nos adentramos en una acción que es distinta a las comunes de nuestra vida. En otras palabras, la diversidad de ministerios se manifiesta exteriormente en la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos por la diferencia de las vestiduras sagradas, de suerte que ellas deben sobresalir como un signo del servicio propio de cada ministro. Lo mismo ocurre con el color de las vestimentas, que indican el tiempo litúrgico y la fiesta del día. Vestimentas y colores ayudan, por ende, a comprender mejor el misterio que tiene lugar delante de los fieles y por obra del sacerdote que actúa en persona de Cristo.
En esencia, el sacerdocio consiste en que el varón que ha recibido este sacramento es capaz de actuar y de hablar como sólo Jesús puede hacerlo, puesto que participa del nuevo y eterno sacerdocio de Cristo, recibido una vez y para siempre. Por eso, el sacerdote habla en primera persona cuando realiza la acción propia de cada sacramento, porque es consciente de que la gracia de cada uno de ellos procede de Cristo y es Éste quien actúa. Pues bien, es ese poder recibido de Cristo el que les permite realizar los ritos sagrados y ceremonias de la Iglesia, el cual se significa mediante el empleo de ornamentos e insignias sagradas para mostrar que el modo de comportarse ha de ser otro porque nos adentramos en una acción que es distinta a las comunes de nuestra vida. En otras palabras, la diversidad de ministerios se manifiesta exteriormente en la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos por la diferencia de las vestiduras sagradas, de suerte que ellas deben sobresalir como un signo del servicio propio de cada ministro. Lo mismo ocurre con el color de las vestimentas, que indican el tiempo litúrgico y la fiesta del día. Vestimentas y colores ayudan, por ende, a comprender mejor el misterio que tiene lugar delante de los fieles y por obra del sacerdote que actúa en persona de Cristo.
Marceliano Santa María y Sedano, La Misa de pontifical (1887)
(Imagen: El pan de los pobres)
Esto explica que sea conveniente que las vestiduras sagradas contribuyan al decoro de la acción sagrada, y se distingan de las vestimentas ordinarias, igual que ocurre con la lengua usada para el culto. Con todo, la belleza y la nobleza de cada una de las vestiduras no se ha de buscar en la abundancia de los adornos sobreañadidos, sino en el material que se emplea y en su forma. Especial cuidado se debe tener con el ornato, el cual consistirá en figuras o imágenes y símbolos que indiquen el uso litúrgico, evitando todo lo que desdiga del uso sagrado.
La diferencia de grados en el orden sagrado explicado, entonces, que también haya vestiduras que son comunes a todos los ministros y otras que los diferencian según su servicio concreto. Por eso, hay una secuencia para que el ministro se revista, poniendo en evidencia cuál es el significado concreto que cada uno de ellos quiere transmitir.
Los ornamentos propios del subdiácono, el diácono y el sacerdote
Los ornamentos para celebrar los santos misterios se prepararan en la sacristía, que agrupa las dependencias que antiguamente tenían las basílicas: vestiarium, oblationarium, diaconium y secretarium. Por eso, según la importancia de la iglesia, la sacristía comprende uno o más salones. Ella es el lugar donde se revisten los sacerdotes y están guardados los ornamentos y otras cosas pertenecientes al culto divino.
Antes de una celebración litúrgica se deben de preparar ahí los ornamentos litúrgicos que se usarán, los cuales se disponen sobre una mesa o sobre la cubierta del armario donde se guardan esas vestiduras. Estos han de colocarse de modo que los clérigos puedan revestirse con facilidad. Se suelen disponer en orden inverso al que se revisten, de modo que el primer ornamento que se coloca es el último que se reviste. Su color depende del tiempo litúrgico o la fiesta del día.
La casulla (o la dalmática o la tunicela, según el caso) se extiende con la parte de atrás hacia arriba, que puede doblarse al revés, para que pueda ponerse con facilidad. Si se trata de un obispo, debe llevar dalmática y tunicela, las que se colocan encima de la casulla, pues el obispo las llevará bajo ésta y como símbolo de la plenitud del orden sagrado.
Antes de una celebración litúrgica se deben de preparar ahí los ornamentos litúrgicos que se usarán, los cuales se disponen sobre una mesa o sobre la cubierta del armario donde se guardan esas vestiduras. Estos han de colocarse de modo que los clérigos puedan revestirse con facilidad. Se suelen disponer en orden inverso al que se revisten, de modo que el primer ornamento que se coloca es el último que se reviste. Su color depende del tiempo litúrgico o la fiesta del día.
La casulla (o la dalmática o la tunicela, según el caso) se extiende con la parte de atrás hacia arriba, que puede doblarse al revés, para que pueda ponerse con facilidad. Si se trata de un obispo, debe llevar dalmática y tunicela, las que se colocan encima de la casulla, pues el obispo las llevará bajo ésta y como símbolo de la plenitud del orden sagrado.
La estola se dispone sobre la casulla o dalmática, de manera que el centro pueda cogerse directamente y colocarse en los hombros sin tener que girarla. A su lado, se prepara el manípulo.
El alba se extiende sobre los ornamentos ya dispuestos con la parte de la espalda hacia arriba; así puede colocarse con facilidad.
El amito se dispone sobre todos los ornamentos, con el extremo de las cintas alejado del borde de la mesa.
Cuando un presbítero celebra la Santa Misa, es común que coja él mismo los ornamentos de la mesa y se revista solo, salvo el cíngulo, que el acólito o monaguillo que lo asiste le pasa al celebrante por la espalda, poniendo las borlas del lado derecho, para que aquél pueda tomarlo con facilidad y ceñírselo.
La manera de revestirse es la siguiente. Al entrar a la sacristía, el sacerdote comienza por lavarse las manos, como signo de purificación exterior para celebrar el Santo Sacrificio. Esta primera acción, al igual que todas las que le siguen, van acompañadas de oraciones especiales pronunciadas por el sacerdote que se reviste, las cuales ayudan al celebrante a comprender mejor cada uno de de los elementos de su ministerio sacerdotal. Ellas ponen de manifiesto el acontecimiento interior y la tarea que deriva del servicio propio de cada ministro, los que convergen en la idea que han de revestirse de Cristo, entregarse a él como Él se entregó por nosotros. De ahí que el ornamento distintivo del sacerdocio sea la casulla, que se distingue no por su forma, que puede variar por razones de estilo o la moda de la época, sino por la manera en que ella cae sobre los hombros de quien la viste y por la cruz que tiene en la espalda. Quiere significar que el sacerdote, haciéndose uno con Cristo, ha aceptado tomar su cruz y seguirlo.
Cuando el ministro comienza a revestirse, el monaguillo que lo asiste se ha de colocar a su izquierda par ayudar a que revista, presentándole los ornamentos y ajustándoselos cuando sea necesario. Una vez que el sacerdote se haya ceñido el amito y el alba, el cíngulo se lo entregará por detrás, con ambas manos, cuidando que caigan las borlas a la derecha. Después debe ayudar al sacerdote a ajustar bien el alba, de modo que caiga en redondo a la misma altura por todas partes, y ayudarle con el fiador del manípulo sobre el brazo izquierdo. El monaguillo ha de cuidar que la cruz de la estola quede en el centro del cuello del sacerdote. Cabe consignar que en la forma tradicional del rito romano, a diferencia de lo que ocurre en el rito reformado, el sacerdote lleva la estola cruzada de derecha a izquierda sobre el pecho. Una vez que el sacerdote ha revestido la casulla dará una última ojeada para ver si hay algún defecto a corregir, si la casulla está doblada, etcétera.
Acto seguido, pasando al lado derecho, el monaguillo le entrega al sacerdote la birreta o el bonete hispánico, según sea el caso, besando primero la birreta y después la mano del celebrante. Enseguida, se pone delante para marchar hacia la iglesia.
La manera de revestirse es la siguiente. Al entrar a la sacristía, el sacerdote comienza por lavarse las manos, como signo de purificación exterior para celebrar el Santo Sacrificio. Esta primera acción, al igual que todas las que le siguen, van acompañadas de oraciones especiales pronunciadas por el sacerdote que se reviste, las cuales ayudan al celebrante a comprender mejor cada uno de de los elementos de su ministerio sacerdotal. Ellas ponen de manifiesto el acontecimiento interior y la tarea que deriva del servicio propio de cada ministro, los que convergen en la idea que han de revestirse de Cristo, entregarse a él como Él se entregó por nosotros. De ahí que el ornamento distintivo del sacerdocio sea la casulla, que se distingue no por su forma, que puede variar por razones de estilo o la moda de la época, sino por la manera en que ella cae sobre los hombros de quien la viste y por la cruz que tiene en la espalda. Quiere significar que el sacerdote, haciéndose uno con Cristo, ha aceptado tomar su cruz y seguirlo.
Cuando el ministro comienza a revestirse, el monaguillo que lo asiste se ha de colocar a su izquierda par ayudar a que revista, presentándole los ornamentos y ajustándoselos cuando sea necesario. Una vez que el sacerdote se haya ceñido el amito y el alba, el cíngulo se lo entregará por detrás, con ambas manos, cuidando que caigan las borlas a la derecha. Después debe ayudar al sacerdote a ajustar bien el alba, de modo que caiga en redondo a la misma altura por todas partes, y ayudarle con el fiador del manípulo sobre el brazo izquierdo. El monaguillo ha de cuidar que la cruz de la estola quede en el centro del cuello del sacerdote. Cabe consignar que en la forma tradicional del rito romano, a diferencia de lo que ocurre en el rito reformado, el sacerdote lleva la estola cruzada de derecha a izquierda sobre el pecho. Una vez que el sacerdote ha revestido la casulla dará una última ojeada para ver si hay algún defecto a corregir, si la casulla está doblada, etcétera.
Acto seguido, pasando al lado derecho, el monaguillo le entrega al sacerdote la birreta o el bonete hispánico, según sea el caso, besando primero la birreta y después la mano del celebrante. Enseguida, se pone delante para marchar hacia la iglesia.
S.E.R. el Cardenal Burke es revestido para la celebración de una Misa pontifical en el usus antiquior
(Foto: New Liturgical Movement)
(Foto: New Liturgical Movement)
Los ornamentos del obispo
Si un obispo celebra, a un lado de los ornamentos (sobre el detalle y las particularidades de las insignias y ornamentos pontificales nos hemos referido en detalle previamente en una serie de entradas) se coloca la mitra, y sobre una bandeja puede disponerse tanto el solideo como la cruz pectoral. Si celebra un arzobispo metropolitano, en esa misma bandeja o en otra se prepara el palio y, debajo de éste, las agujas que lo sujetan.
Conforme al uso tradicional, cuando el obispo celebra la Santa Misa los ornamentos no se colocan sobre una mesa, sino sobre el altar de la sacristía, para significar que se reviste de Cristo y lo hace en la plenitud del sacramento del orden. Sobre las formas de celebrar la Santa Misa que el rito tradicional ha previsto para un obispo nos hemos referido aquí.
Conforme al uso tradicional, cuando el obispo celebra la Santa Misa los ornamentos no se colocan sobre una mesa, sino sobre el altar de la sacristía, para significar que se reviste de Cristo y lo hace en la plenitud del sacramento del orden. Sobre las formas de celebrar la Santa Misa que el rito tradicional ha previsto para un obispo nos hemos referido aquí.
Los ornamentos del Papa
Antes de la celebración de la Misa papal (sobre
las particularidades de las distintas formas que tiene el Romano Pontífice de celebrar la Santa Misa en el rito
tradicional nos hemos
referido aquí y aquí; y sobre la situación de la liturgia papal luego de las reformas de Pablo VI aquí), el Santo Padre entraba procesionalmente a la Basílica de San Pedro del Vaticano. Una vez dentro, le eran removidos el manto papal (véase sobre esta prenda aquí y aquí) y la estola, quedando sólo con la falda papal, el amito y el alba. Luego de lavarse las manos, se revestía con los ornamentos propios de su supremo ministerio. Para la Misa papal, la disposición de éstos era la siguiente: mitra, tiara, capillo salvacera, bandeja con palio y agujas, estola, casulla, manípulo y debajo el subcinctorium, bandeja con quirotecas, cáligas y sandalias, bandeja con pectoral y cordón dorado llamado crucicordio, dalmática con parte externa del fanón, tunicela con parte interna del fanón.
Cuando el Papa celebra en la Basílica de San Pedro se reviste en un pequeño cuarto que se encuentra junto a la Piedad de Miguel Ángel. Sus vestiduras litúrgicas se resguardan en el Palacio Apostólico y son llevadas a este lugar por los encargados de la Oficina para la Celebraciones Pontificias del Romano Pontífice (función que antiguamente cumplía el Sacrista del Papa y sus asistentes). Mientras se van introduciendo, se colocan sobre el altar que se encuentra frente a la famosa obra.
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